Es curioso cómo la vorágine de los primeros años de mi pieza TEA daban tanto de sí. Tantas cosas por contar, tantos detalles a los que prestarles atención. Siempre tenía algo que explicar. Todo parecía importante. Se sucedían los avances, lentos pero seguros, con alguna caída que pronto olvidaba.
Estamos en una época de cierto sosiego, de cierto ir paseando sin mucho que decir. Como a la expectativa. Los cambios de este último año, han sido grandes. Por un lado, el cambio de colegio, de gente con la que relacionarse, el entorno. Todo muy diferente a lo que era totalmente conocido por mi pieza TEA. Ha sido una sorpresa. Para bien. Porque es feliz como una perdiz. Habla mucho más y es como más persona. Sé que queda feo decirlo, pero su bondad gana adeptos y eso, eso es más que bonito.
Los cambios siguen. Ahora toca cambiar de hogar. Cerrar puertas para abrir otras. Es como cerrar la última página de un libro del cual sabemos que hay una segunda parte. Quizás haya personajes que desaparezcan en esta segunda entrega, porque ya nada tienen que ver con los protagonistas, mi pieza TEA y yo, o porque escogieron caminos antagónicos al nuestro. Quizás tomen importancia personajes de relleno que había en la primera parte. Tal vez hayan giros inesperados que ni en sueños yo podría imaginar. O tal vez sí. ¿Quién sabe? ¿Y si en esta segunda entrega aparece el famoso clic de mi pieza TEA? ¿Y si el autismo va convirtiéndose en menos autismo? O en mi propia senda, ¿y si cambio mi rumbo? ¿y si aparece (cosa que no está en mis planes) un compañero para el resto de mi vida?
Como en las novelas, en la vida, puede pasar cualquier cosa. La lástima es que no hay escritor que decida. No hay quien tiene el poder de movernos como marionetas. Porque, al fin y al cabo, quien escribe es un titiritero magistral que lleva a los personajes de aquí para allá a su antojo. Que puede ser benevolente, pero puede ser cruel y frío. Puede dar felicidad o dejar que la desgracia inunde las vidas de los actores escritos. ¿Destino? No lo sé. Creo, eso sí, que todo pasa por algo, que todo tiene un por qué, a corto o largo plazo. Que aunque los sucesos sean malos, después serán compensados. Que esto o aquello tenía que suceder para que eso o eso otro llegara.
Así que el giro radical de hace algo más de un año tenía una misión. En realidad no sé cual, pero de momento, ha forzado un cambio de hogar. Antagónico a lo vivido hasta ahora. No casa, piso. No pueblo, ciudad. No aislamiento, jolgorio.
Da un poco de vértigo. Pero está hecho pensando única y exclusivamente para mi pieza TEA. Para que en un futuro tenga todo lo indispensable cerca, que pueda ir andando a por el pan, que podamos ir pasear sin necesidad de coger el coche, que pueda ver gente, interactuar con esta gente si es menester, no sé. Hay muchas esperanzas puestas en este nuevo comienzo. Pero también hay miedos. La vida de mi pieza TEA ha girado en torno a un pueblo que lo acogió como uno más, una casa grande en la que correr arriba y abajo, pasillo va, pasillo viene, un jardín en el que fue libre y en el que hace más de un año que no quiere ni salir. Conoce todos los rincones de la única casa que ha conocido como hogar. Pero mientras hemos vivido aquí, también ha habido cambios. Uno bien grande, pasar de ser tres a ser dos (al menos bajo el mismo techo). Lo ha llevado más que bien. Ha ganado más que ha perdido, en realidad. Así que me convenzo a mí misma que, ¿por qué no va a llevar bien la nueva andadura?
Hace un par de días, mi pieza TEA dio el primer paso. Él mismo fue quien propuso ir a dormir al nuevo hogar. No me lo creía. No podía ser tan fácil. Le pregunté como cincuenta veces durante el día dónde dormiríamos aquella noche. La respuesta, siempre la misma. Y lo hicimos. Y cenamos sentados en dos sillas plegables, en un comedor todavía vacío de vida, pero con más vida que nunca. Alrededor de una vieja mesa que en breve terminará sus días en el vertedero. Y dormimos, cada uno en su habitación, no sin antes verlo dormirse cogiéndome la mano como si no quisiera que me escapara. Y nos despertamos. Y desayunamos. Y nos fuimos. Cada uno a sus quehaceres. Yo a mi trabajo, él a dar guerra y risas a su cole.