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jueves, 14 de julio de 2016

¿VOLVERÉ?

El 17 de enero de 2013 fue la última vez que trabajé. Por cosas del destino, por crisis económicas, por un niño al que atender, tuve que firmar sin rechistar y marchar del trabajo de mis sueños. Conteniendo las lágrimas, firmé. Me levanté de la silla, miré a la directora de la escuela y sólo fui capaz de decir: "Adéu, bon dia". Dejé el forro polar del cole allí tirado y subí corriendo a buscar a mi pieza TEA, a su clase de los bebés, a pesar de que siempre estaba en el aula de los niños de 2 años. Allí las maestras, se quedaron blancas y yo seguía sin llorar, abrazando a mi pieza TEA. Recogí sus cositas, salí, me despedí de la que fue mi compañera de fatigas y me largué sin mirar a la subdirectora, que hipócritamente no me avisó de lo que se avecinaba cuando me dijo que bajara al despacho de dirección. 
Subí al coche, y allí, en mi refugio particular, cuando escribí a superpapá TEA lo ocurrido, estallé. Lloré y lloré, y grité como siempre hago, y aporreé el volante como cada vez que la rabia, la impotencia o la tristeza se presentan sin ser invitadas. Mi coche, la carretera, conducir y llorar. Diez minutos largos hasta llegar a casa y derrumbarme aún más. Y detrás, feliz como siempre, estaba ella, mi pieza TEA que por primera vez en su corta vida (no tenía ni un añito) se vería privada de esa diversión que era estar con otros niños, explorar un patio enorme, tocar arena del arenero, aprender a andar con sus maestras, escuchar y cantar canciones con otros niños, descubrir un mundo de juguetes que no podía evitar tocar. A veces pienso, aunque ya sé que no, que a partir de ese momento, Arnau dejó de ser Arnau para convertirse en pieza TEA, mi pieza TEA. 

A día de hoy, sigo sintiendo rabia por ver rota mi plácida vida. Echo de menos estar con niños, mis niños, porque todos y cada uno de los niños que tuve durante esos siete años los traté como a mis hijos. Aprendí a ser maestra. Desde no saber por dónde cogerlos para que atendieran, para que disfrutaran, a querer innovar y hacer cosas diferentes a las fichas que estipulaban en el centro. Deseaba cambiar maneras de hacer, anticuadas a mi parecer. Anhelaba que las actividades que teníamos que realizar en la clase, las eligiera yo, buscando por la red, que las manualidades fueran más allá de pintar con pintura, enganchar papelitos de colores o utilizar ceras... pero ahí se quedó, en un deseo.
A partir de aquel día, mi pieza y yo vivimos el uno para el otro. Las 24 horas del día juntos. Enseñándole de alguna manera a jugar, a comer, a andar, a hablar. Y yo decidí formarme y ser maestra de manera legítima, teniendo el título que así lo decía. Y me di cuenta de lo que realmente es ser maestra. Que en mis últimos cursos no iba desencaminada cuando deseaba hacer algo diferente a lo que año tras año se repetía. Pero no tan solo una carrera universitaria me ha enseñado esta profesión. Mi pieza TEA, su diagnóstico un año después de perder mi empleo, el trabajo constante que hemos realizado con él, a nuestra manera, ese tratar a mi hijo como a los demás pero con más condescendencia, con más paciencia, observando la evidencia que cada logro ha costado sudores y lágrimas, paladeando y viviendo cada triunfo como lo que se merece... Todas estas pequeñas cosas, nuestras cositas, que aquí cuento, todo ello, es lo que más me ha hecho aprender. Miro hacia atrás y desearía volver a mis niños del cole. Estar más por ellos, sin prisas, jugando más con ellos, escuchándoles más aunque tengan dos o tres años, descubrirlos más allá de lo que mostraban en el aula. No correr si hoy no ponen un gomet, y seguir mañana. Enseñar, respetar, querer, luchar, y disfrutar. Eso he aprendido de mi pieza TEA. Eso es lo que algún día quiero poder transmitir de nuevo. Volver a tener mis niños. Verlos crecer como personas y poner mi granito de arena. Pero ponerlo como si no lo quisiera poner, sino como si lo cogieran al vuelo. Algún día, no sé cuándo, sé que pasará.
De momento, y mientras eso no sucede, voy a seguir disfrutando del verano, de la playa, del sol y de mi pieza TEA. Y cómo no, pa'lante, siempre pa'lante.