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miércoles, 16 de octubre de 2019

MÍSERAS EMOCIONES

Entras en el bucle de la normalidad sin apenas darte cuenta. El día a día ayuda a que esa aparente normalidad se instaure en tu vida. Te sientes cómodo. Y te sientes así porque te dejas llevar por lo que va sucediendo a tu alrededor, sin darle demasiadas vueltas, sin apenas permitirte el lujo de pensar, ni para bien ni para mal.

Sin embargo, en los momentos de soledad, en los que el tiempo parece que no tiene nada que decir, la vocecita interior alza su voz. Te llama, te acosa sin remedio y no puedes evitar escuchar sus reproches. Preferirías no oírla, hacerla callar con un grito ensordecedor, pero es inevitable. Ella te recuerda bien que esa normalidad es una aparente normalidad. Ella se ríe en tu cada y te dice que esa sonrisa pintada, esa paz interior de haberlo aceptado y aprendido a convivir con ello es absolutamente falso. No tiene filtros. No le importa que quien la escucha siente dolor. Esa es la verdad y esa es la que hay que aceptar. 

Y es que hay días que el bofetón de realidad es más doloroso de lo habitual. Hay días que vuelves atrás y recuerdas. Y lo ves. Claro, muy claro. Un antes y un después. Un principio y un camino con final incierto. Un sentimiento de felicidad que se desvanece lentamente alejándose con el polvo que arrastra el viento. 

Y así estamos, hundidos en nuestra miseria emocional. Han pasado unos cuantos años ya. Ha llovido mucho desde que nos recompusimos lentamente, pegando pedazo a pedazo los trocitos en los que nos quedamos después de un diagnóstico injusto. Buscamos recomponernos de la mejor manera que supimos y pudimos. Y nos presentamos de nuevo ante los demás como un esplendoroso mosaico modernista. Perfecto e imperfecto a la vez. Con sus detalles harmoniosos pero mal anclados, con sus juntas aparentemente bien alineadas de puertas hacia fuera pero con diminutas grietas que alertaban de un más que posible desastre.

Nos presentamos a ojos de los demás, como renacidos, con una fuerza y una valentía que nadie era capaz de imaginar. Batallando con las rarezas del autismo, con las rabietas desmesuradas por motivos absurdos. Llorando lo justo por algunas injusticias que nos íbamos encontrando por el camino. Y creyéndonos ese nuevo resurgir. Convencidos que el dolor había menguado para convenirse en leves punzadas muy de vez en cuando. Confiados en que el futuro a cada paso sería mejor.

Recogimos nuestros pedazos, nos lamimos nuestras propias heridas y egoístamente nos dedicamos a nosotros mismos. Olvidamos a los que estaban más cerca, a los que también se habían roto a pedazos y necesitaban recomponerse. Cada uno a su manera, cada uno valorando cosas distintas. Nos olvidamos de los demás y solo nos míramos el ombligo. Yo conmigo misma, yo y mi bienestar, yo y mi felicidad...

Y seguimos andando sendero arriba, para alcanzar una cima soleada, llena de una luz que nadie nos prometió. Y no tuvimos en cuenta que nuestro mosaico particular era frágil, no tuvimos presente que en cualquier momento podíamos volver a estallar en mil pedazos porque nos creímos que nuestro resurgir era fuerte e inmune a la realidad. 

No ha pasado nada pero ha pasado todo. No ha habido detonante pero algo ha estallado. Los años van pasando, mi pieza TEA crece, a su ritmo, como siempre. Avanza, con paso lento pero seguro, como siempre. Nuestra cotidianidad intacta, como siempre. Pero el golpe de realidad, la vocecita que habla y nos cuenta verdades malvadas ha hecho estallar de nuevo en mil pedazos nuestras almas. 

Por primera vez, en voz alta, lo he dicho. Y me lo repito. Por primera vez he vuelto la vista atrás, he visto a mi pieza TEA de bebé, de pequeñito, cuando era antes de..., cuando la vida parecía llevar un rumbo tranquilo, cuando lo teníamos todo. Un bebé hermoso, divertido, cariñoso, la familia que siempre deseé, un trabajo que adoraba... la vida resuelta que pensaba en aquel entonces. Y después de... desapareció.

Es injusto, será injusto para siempre. No nos lo merecíamos ni superpapáTEA, ni yo y mucho menos mi pieza TEA. Y duele, duele ser consciente que es un dolor que nunca va a desaparecer. Que lo hemos acallado mucho tiempo y lo hemos escondido bajo llave en los más oscuro de nuestras míseras emociones. Hemos evitado ser vencidos por un dolor permanente. Pero ahora, así, sin casi verlo venir ha abierto las puertas de su escondite y burlesco nos acompaña estos días.

Lo volveremos a encerrar. Lo sé. Aprenderemos la lección. Volveremos a aceptar que esta nueva vida es la que nos ha tocado vivir. Aprenderemos a quererla a nuestra manera, sin odios ni rencores. Aceptando lo bueno que nos da y restándole valor a lo malo. Disfrutaremos de la sonrisa eterna de mi pieza TEA, viviremos con alegría sus avances, y valoraremos cada etapa que vaya quemando. Porque lo hará bien. Porque ahí estaremos, para ayudarle y alentarle para que siga pa'lante. Siempre siempre pa'lante.