Llegó un 15 de agosto de 2016. Nos dejó un 8 de abril. Hace apenas doce días. Soñaba que aquel cachorro y mi pieza TEA llegaran a ser inseparables. Imaginaba dos pequeños seres, uno peludo y el otro con rizos indomables. Dos pequeños unidos por el juego. Soñaba con verlos a los dos dormidos juntos. Uno dentro de la cama, el otro a sus pies, calentándolos en invierno.
Deseaba con todo mi corazón que aquel cachorrito, al que llamamos Blau, se convirtiera en el amigo fiel que necesitaba mi pieza TEA. Como cuando yo, siendo pequeña y jovencita tuve a mis otros dos perros. Creía con firmeza que Blau sería un apoyo real para mi hijo. Soñaba tantas cosas, que la realidad fue incapaz de alcanzar esos sueños.
Mi pieza TEA aceptaba a su perro. Crecían uno al lado del otro, pero creo que nunca llegaron a conectar, en realidad. Blau, a su manera perruna, se esforzaba por ganarse los mimitos de esa criatura tosca y loca que lo apartaba si le molestaba. Blau agradecía aquellos intentos de caricias que mi pieza TEA, algo obligada, le arreaba en el lomo y, alguna que otra vez, en su cabecita peluda.
Conseguimos que le lanzara la pelota varias veces. Sin ninguna fuerza por parte de mi pieza TEA, con gran alegría por parte de Blau, que dejaba la pelota a los pies de un niño reacio a cualquier animal.
Blau quería ser uno más de la familia. Blau quería ser un niño más cuando jugábamos con mi pieza TEA. De hecho, creo que Blau estaba convencido que el juego iba con él a la vez que iba con mi pieza TEA.
Lo que sí hizo nuestro peludo favorito, fue despertar la curiosidad de mi pieza TEA. Descubrió su lengua rosada y larga, se deleitó con la suave y larga cola del perro. Tocaba las pezuñas del pobre perro porque eran mulliditas. Y Blau se dejaba hacer. Mi pieza TEA era capaz de cogerle el morro y abrirle el hocico solo con la intención de ver su larga lengua rosada. No se enfadaba si Arnau le tiraba de la cola y tampoco decía nada cuando cogía con fuerza su patita para tocarla.
Pero lo que más le gustaba a Blau era cuando mi pieza TEA, siempre descalza, nunca con calcetines puestos, le empezaba a toquetear el pelo con los pies. Era el paraíso para Blau. Panza arriba, dejaba que los pies de mi pieza TEA fueran de aquí para allá, pelo arriba pelo abajo. En un momento de tremenda delicadeza, donde el tacto se agudizaba al sentir el suave pelo de nuestro peludo.
No sé. Blau ha dejado un vacío dentro de mí. Me ha acompañado sin discusión durante este último año donde todo se giró del revés. Siempre a mi lado, siempre dándome un cariño más que incondicional, como si supiera que necesitaba de su compañía y su cariño perruno. No estaba previsto, no lo esperábamos. No sabíamos que nos dejaría tan pronto, con esa sensación de haberlo disfrutado menos de lo que hubiera querido. He tenido que guardar todo lo que había planeado con él. Quería salir a pasear con mi pieza TEA y con él, los tres, porque nunca me había atrevido. Quería llevarlo a correr por la playa en invierno, pasearlo por las mañanas de primavera y lucirlo al aterdecer en verano. Ya no podrá ser.
Me quedo con todas la fotos que me cuentan que estaba equivocada. Que Blau y mi pieza TEA sí eran inseparables. Me quedo con la idea de que Blau fue el guardián número 1 de mi hijo.
Mi pieza TEA, por su parte, sabe que Blau no está. Que lo dejamos en Barcelona, pero ahí tampoco está. Sin embargo, sabe que, si mira a la luna, verá como corre feliz mientras vigila que todo vaya bien.
Blau, tu nombre que te lo dí por Mi pieza TEA y por ese azul que abandera en muchos casos el autismo. Blau, perro fiel, perro bueno, perro bonito. Blau, inolvidable.
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