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miércoles, 23 de septiembre de 2015

ADAPTÁNDONOS

Hace un poco más de una semana que mi pieza TEA ha iniciado esta nueva gran aventura que supone empezar el cole. Atrás quedan los días familiares en la guarde, donde toda la clase era una gran familia, donde todos los niños se ayudaban y se querían y tenían a mi pequeño gran hombrecito como uno más. Atrás queda su ángel de la guarda (que por suerte para mí, sigue ahí, escondido, observando de cerca cómo está uno de sus prínceps). Hace poco más de una semana, desaparecieron gran parte de mis miedos... ¿Llorará, se sentirá bien, sus nuevas maestras lo aceptarán y lo tomarán como un reto? ¿o les vendrá grande?   ¿Tendrá suficientes ayudas para seguir el ritmo más o menos de los demás? Y un sin fin más de interrogantes que tan sólo han servido para que la noche antes de empezar el cole el insomnio llamara a mi puerta. Y es curioso porque por mi formación sé que es algo que todos los niños deben pasar, que salvo excepciones suele ser una mala semana y después ya puedes ver día tras día esas sonrisas que delatan ese "qué bien me lo paso en el cole".
Y además en el caso de Arnau me permitieron una adaptación más paulatina. Primer día un par de horas, el segundo que llegara hasta después del patio... Y así hasta verlo bien adaptado. Bien.
Pero el tema de las adaptaciones es algo que puede ser controvertido. Mi experiencia previa siempre había sido primer día y todo el día, con todos los niños, lloraran o no y salvo casos de niños inconsolables, ahí se quedaban hasta que sus papás o abuelos o tíos los recogían. Para mí era una situación un poco caótica, pero veía mucho peor adaptaciones con los papás y poco a poco. Pensaba que era alargar el "trauma" de la separación, del romper un poco ese apego que tienen todos nuestros peques y de tener que enfrentarse a otros niños, a uno o varios adultos desconocidos y un montón de cosas más. La idea era cuanto antes mejor. 

Sin embargo, hay otro tipo de experiencias que también nos enseñan, y cuando mi pieza TEA empezó en la nueva guardería la adaptación ahí era del todo distinta a lo que yo conocía. La primera semana una hora y media con dos o tres peques más con sus mamis, para conocer el espacio, la maestra, y que ella conociera un poquito más de cerca a sus nuevos alumnos. La siguiente semana, seguía esa hora y media pero sin mamis ni papis y ya finalmente toda la mañana o todo el día. Eso sí, si la pobre criatura no podía aceptar consuelo se llamaba para que lo pasaran a recoger. Este tipo de adaptación, no la entendía y no la compartia, pero tuve que aceptarla. Una vez la hice comprendí que era algo necesario para muchos niños y niñas, y más en estas primeras etapas de su infancia. 
Al final, como he vivido las dos, puedo hablar de lo bueno y lo malo de cada una de ellas, pero al final hay algo que en ninguna de las dos se tiene muy en cuenta, y es lo de siempre. Cada niño es mundo, cada uno necesita una cosa u otra. Hay niños exploradores, aventureros y sociables que les da igual algo nuevo, al contrario, disfrutan y se sienten bien desde un principio, puesto que son estímulos nuevos y una nueva oportunidad de calzarse el disfraz de explorador y a descubrir juguetes nuevos, materiales nuevos, espacios nuevos... Hay otros niños, menos abiertos a lo nuevo, con más miedo a lo desconocido, que se sienten vulnerables sin la seguridad de su mamá o su papá y por tanto esta nueva situación les es muy costosa... y hay otros que se conforman aunque no lo vean claro. Así que como cada uno tiene su ritmo, creo, y de hecho pienso que debería ser así, las adaptaciones deberían estar "adaptadas" a las particularidades de cada niño. No niego que una primera parte sea un día con unos pocos nenes y sus papis, me parece genial, pero sólo un día. Después se trata de ir adaptándose a las necesidades del niño. El niño que se sienta agusto y esté feliz como una perdiz ¿por qué debe estar sólo una hora y media o dos? y el niño que sufre y llora y se agarra a la puerta, ¿por qué debe estar tres horas pasándolo mal? En realidad son niños muy pequeños (2-3 años), no hay prisa para ponerse a trabajar, a aprender números, a escribir, a estarse quietos. Sólo cuando un niño se siente confiado, tranquilo y seguro puede atender a lo que se quiere enseñar.  Pero es sólo mi opinión como mami y como maestra.

¿Y qué ha pasado con la adaptación de mi pieza TEA? Pues bien, acepté la opinión de los profesionales de que la entrada fuera progresiva, pero con la condición de que si estaba tranquilo y no lloraba y se lo pasaba bien se lo quedaran hasta la hora de la salida. La sorpresa fue mía porque  recibí una tranquilizadora llamada de su ángel de la guarda que me contaba que estaba feliz, contento, sin pena ni lágrimas en los ojos y que sí, todo había salido bien. Así que mi pieza TEA, una vez más ha superado mis expectativas. Cada día que sale de la escuela sale con una sonrisa de oreja a oreja, saltando y brincando, cantando sus canciones y mirándome con esos ojillos de color indefinido que me dicen..."qué guay es este cole mami".


martes, 8 de septiembre de 2015

GRIS

Escrito el viernes 4 de septiembre (publicado hoy porque las tormentas me robaron internet).

De nuevo en tren. Acabo de ver una imagen bonita, muy muy bonita. Ha sido fugaz porque el tren va rápido y yo voy entretenida entre la novela y los comentarios de papá TEA. Otra vez mis dos héroes se han quedado solos, el uno con el otro y el otro con el uno. Lo necesitan. Deben acostumbrarse a estar el uno con el otro. Mi pieza TEA, está demasiado apegado a mí y tiene que desprenderse un poco de mí, saber que su papi es igual de divertido o más que su mami, que incluso es más amoroso que yo. Que está ahí, para él, para darlo todo por él... Así que hoy y parte de mañana se disfrutarán mutuamente. Mientras, yo iré a descubrir tesoros arquitectónicos de mi querida Barcelona con superabuela TEA y mis tíos y sobrinas.
El caso es que hoy, bueno y ayer y anteayer, llueve. Hace un día gris, pero no un sólo gris, miles de tonalidades grises aparecen en el paisaje. Incluso el mar, mi mar, se ha teñido de gris plomo y se mueve ansiosamente, chocando en las rocas. El viaje en tren hasta Barcelona tiene un tramo que es un regalo para mí porque el mar, con sus acantilados, sus playitas escondidas, me acompañan y la verdad es que el espectáculo es digno de ver. Por la mañana, el sol convierte el agua en cristales dorados y suele estar calmado. Si el viaje es temprano, se ven las barquitas de los pescadores faenando tranquilas. Por la tarde el agua ya está más nerviosa y el atardecer se apodera del mar y lo oscurece lentamente. Y hoy, todo es gris, todo está mojado, huele a final de verano. En las playas sólo alguna persona solitaria paseando y de golpe, esa imagen. Al final de una playa, donde empiezan las rocas que llevan a los acantilados hay dos personas sentadas. La imagen que ha quedado en la retina es la de un abuelo y su nieto, sentados el uno junto al otro en las rocas, mirando hacia el horizonte, hacia este mar movido, hacia los nubarrones grises que esperan descargar y de golpe el abuelo levanta la mano y señala y los dos miran lo mismo. Mi imaginación me dice que es un viejo pescador y que le explica sus aventuras... La realidad nunca la sabré.


¿Y qué tiene que ver todo esto con mi pieza TEA? Pues que en nuestra familia TEA, no tan sólo hay abuelas TEA, hay abuelos TEA. Uno sólo le observa, le vigila, sufre por si tiene frío cuando se descalza para salir corriendo escaleras arriba. Disfruta viendo cómo come con gusto su hamburguesa con patata hervida. No sé si entiende que es un niño distinto a los demás, pero no se enfada con él cuando le quita la funda de su sillón o le roba un trocito de pan de encima de la mesa. Este superabuelo TEA lo adora, porque se lo mira con buenos ojos, porque le da un beso cuando se va.

El otro superabuelo TEA se ríe con mi pieza TEA, le enseña a dar cocos con la cabeza, juega con él en la playa e incluso más de una vez le da de  comer, con infinita paciencia cuando la comida no es muy del paladar de Arnau, limpiándole las manos y la cara a cada cucharada de espaguettis o simplemente mirando que coja bien la cuchara o el tenedor. Son superabuelos TEA. Ninguno de los dos podrá explicarle muchas de sus vivencias ni experiencias, pero eso da igual. El cariño, el amor que desprenden por mi pieza TEA es superior a cualquier historia que pudieran contar. Están allí, con él, para él, para disfrutarlo tal y como es. Y ya sabéis, mi pieza TEA es la felicidad hecha persona.