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domingo, 20 de septiembre de 2020

BIENVENIDO COLE

Parecía tan lejos aquel tan repetido "dilluns 14 de setembre" que los días previos no me hacía a la idea que después de seis meses volvíamos a una cierta normalidad. No sentía los nervios previos que siempre afloran antes de empezar un nuevo curso. Confiada en las ganas locas de mi pieza TEA por volver a su querido cole, intuía una vuelta alegre, distendida, con sonrisas y sin berrinches. 
Sin embargo, oír hablar de mascarillas, distancias, espacios delimitados, limpieza de manos, virus, contagio, confinamientos... Fue el detonante perfecto para echar a andar la maquinaria del "ay mi madre".

Mi pieza TEA se ha negado mil veces al uso de la mascarilla. Invadir de ese modo sus orejas intocables es como si la mataras. Y en el cole es obligatoria. ¿Y si le negaban la entrada? Un bullicio de pensamientos negativos afloraron raudos. Imaginé la pena y el no entender de mi pieza TEA por no poder entrar. Su cuerpo tirado en el suelo sin poder moverlo porque no lo dejaban entrar... Paranoias, como siempre. 

Y la temida acollida. La lucha de cada año. No me veía con fuerzas para esperar un mes para poder gozar del servicio. Por suerte, todo estaba previsto y Arnau empezaría el cole con acollida.

Y el comedor. Pensar que después de seis de comer la comida de superpapá TEA sería difícil volver a comer más o menos en el cole. 

Un sinfín de pensamientos que van y vienen, que no se pueden evitar. Porque ha pasado mucho tiempo, porque hay mil cosas que han cambiado, porque no hay abrazos que valgan, porque la distancia de seguridad impera ante la necesidad de sentir, de acariciar, besar o ver sonreír.

Nada sería igual. El pasado se quedaría en eso, en pasado. El presente otra historia, un aprender normas nuevas, maneras de hacer nuevas, todo lo ganado hace seis meses ya no vale. Todo el camino ganado en el tema social al traste con la llegada de el virus más antisocial jamás visto. 

Y llega el día. Despierto a mi pieza TEA esperando una sonrisa desmesurada, unos nervios que se presentan con saltos y corridas pasillo arriba pasillo abajo. Pero no. Sólo su carita expectante. Ha llegado el día, pero ni una pizca de la emoción que imaginé. Por dentro siento el miedo de que no encuentre a quien espera. A su Carme. Porque no lo sé, nadie me ha dicho con quién estará. Ella es su punto de apoyo, su faro en la jauría del cole. No tenerla sería empezar de nuevo. Ella lo conoce, lo sabe llevar, mi pieza TEA confía en ella, trabaja con ella y la ha echado de menos durante seis meses. No ha habido día que su nombre no apareciera en la voz de mi pieza TEA. 

La suerte está echada. Lo que haya de ser será. Ocho y cuarto de la mañana, cogemos el coche y por primera vez veo la sonrisa de mi pieza TEA. Con su mochila cargada a sus espaldas se encamina hacia el cole. Hacía esa puerta verde que ha tardado medio año en volver a cruzar. 

A medio camino se para. Se disparan mis alarmas. ¿No quiere ir? ¿Se ha dado cuenta que entrar es ver desaparecer a papá y mamá varias horas? Segundo de suspense que parecen no querer transcurrir. Nuestras miradas se cruzan. Me pregunto si no quiere ir. Me vuelve a mirar y de nuevo empieza a andar. Suspiro. Era solo una pausa en el camino.

Y al pasar la puerta verde lo veo. Veo esa alegría desmesurada que esperaba ver en casa. Suelta su mochila y empieza a correr y a saltar porque ya está dentro del cole. Chillidos alegres despiertan a los perezosos y una sonrisa boba aparece en mi rostro. 

Han pasado seis meses. Una eternidad inacabable que por fin termina allí donde empezó.

Bienvenido cole, nuevo curso, nuevos retos y el deseo loco que todo vaya bien.