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domingo, 29 de marzo de 2020

PUZLES

Un puzle. Sí, así es como veo nuestras vidas. Una a una, vamos engarzando las piezas que se van poniendo en nuestro camino. Algunos, más rígidos que otros, arman su puzle línea a línea, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, paso a paso sin mirar más allá de la siguiente. Otros, buscan la seguridad en los márgenes, donde todo parece más fácil, donde el lugar de cada pieza es más obvio y atrasan ese miedo atroz de adentrarse en piezas imposibles. Y hay otros, quizás los más valientes, que no se asustan ante una pieza suelta, saben que tarde o temprano encontrarán el lugar que le corresponde. No les asusta iniciar una parte, dejarla de lado para coger otra, estarse un tiempo en la seguridad de los márgenes o incluso olvidarse de encajar las piezas de su propio puzle. Cada persona a su manera, cada persona en función de sus miedos y sus actitudes hacia el reto que es la vida. 

La nuestra, estaba más o menos organizada, quizás alguna pieza se nos resistía, pero la estabilidad que dan los márgenes y algunas de las zonas bien construidas nos daba la visión de un puzle medianamente bien construido. La cotidianidad de los días, mi pieza TEA en el cole, superpapáTEA y yo con nuestros trabajos humildes y honrados, mi pieza TEA con sus terapias semanales y sus pequeños grandes pasos. Un puzzle por fin más o menos consistente que con esfuerzo habíamos conseguido ordenar.

Sin embargo, una mano enemiga, una mano nerviosa, ansiosa de destrucción amenazaba, como una nube de tormenta, ese bonito tapiz de piezas con formas deformes. Pero no sólo deseaba pulirse nuestro puzle. No. Animada por el caos, esa mano malvada, se crecía conforme iba encontrando puzles por su camino.
Desde nuestro refugio hogareño escuchábamos las noticias e ignorantes nos decíamos que eso quedaba muy lejos, que la mano loca no llegaría hasta nuestro territorio. 

Y los días pasaban y muchos puzles se iban destruyendo. Pero seguía lejos... Hasta que la mano llegó a Europa. Y como un vendaval, sin tiempo para la reacción, miles de puzles empezaron a desaparecer, otros tantos perdieron piezas que nunca más encontrarán. Otros puzles, los valientes, son los soldados que luchan contra la mano, sin pararse mucho a pensar las consecuencias en sus propios puzles.Día tras día, lo que parecía lejano, lo que parecía una pesadilla, se ha convertido en una realidad. 

Un mundo bien construido aparentemente, con puzles hermosos, con puzles disarmónicos, con puzles grandes, con puzles sencillos, se ha roto. La mano, con una sonrisa desencajada, se divierte mezclando las piezas de todos los puzles construidos. Imposible volverlos a hacer rápidamente, incapaces de movernos para volver a encajarlos.

Y aquí, confinados, como miles de personas en nuestro mundo cansado, protegemos nuestra propia vida, nuestro puzle particular. 

No sabemos qué pasará mañana, ni dentro de una semana.

Estamos en un limbo que hoy por hoy carece de salida. Ahora, todo lo importante de nuestro día a día no tiene sentido. El cole de mi pieza TEA es como un sueño lejano, mis niños de la guardería parecen una aventura imaginaria, los paseos cerca del mar, con mi pieza TEA en su patinete parecen un reto inalcanzable. Volver a celebrar comidas o cenas con nuestra familia es mi deseo más grande. Volver a tenerlos cerca, juntos como siempre. 


Y lo único, lo que verdaderamente importa es que salgamos todos de ésta, aunque tengamos que recomponer de nuevo nuestros frágiles puzles. 


viernes, 6 de marzo de 2020

MI NOVELA

¡Qué ingenua! Eso es lo que pienso de mí cuando echo la vista atrás y recuerdo una conversación del pasado. Recién casadas una amiga y yo hablábamos de tener hijos. Y yo le dije que no quería tener hijos tan pronto. Que tenía la sensación, de hecho la certeza, que una vez tuviera un bebé mi vida se acabaría. Mi yo, mi ser, dejaría de ser importante, de tener vida y de ser la protagonista de mi vida porque ese niño o niña sería la protagonista. Era un razonamiento egoísta, lo sé. Pero mi visión era que todavía tenía mucha tela que cortar, muchas vivencias que protagonizar y muchas historias que contar. Mi amiga me miraba y con ese hablar tan sereno que la caracteriza ponía un poco de "seny" que decimos los catalanes. No se acaba tu vida, la compartes con otro ser. Es otra etapa de tu vida pero sigue siendo tu vida. Esas fueron sus palabras. Sin embargo mi empecinamiento no me permitía reflexionar sobre sus palabras. No se trataba de lo típico de se acaba el dormir, sales menos, tienes que renunciar a hacer según qué cosas. No. Eso me daba y casi que me da igual. 

Siempre he visto mi vida como una novela. Siempre la he leído desde fuera, viéndome a mi como la protagonista y a la vez lectora. Una sensación extraña porque era como vivir fuera de mí a pesar de ser yo quien reía, quien lloraba, quien sentía. Pero a la vez notaba que me estaban escribiendo mi historia, desde fuera como si yo no tuviera poder de decisión real. Pero lo importante es que yo era la protagonista, me pasaban a mi las cosas, las vivía yo y era yo quien asumía las consecuencias. Y tener un hijo era como cuando lees novelas de generaciones. En los primeros capítulos sólo se habla de la abuela. Su camino, sus encuentros y desencuentros. Hasta que tiene una hija. Sigue apareciendo pero ya no se habla tanto de ella, se habla del camino de esa niña nacida del amor. Ella es ahora la protagonista. Crece entre palabras hasta que una vez más, la historia se repite y la hija tiene una hija. Esa novela olvida a la abuela, recuerda vagamente a la madre y se centra hasta el fin en la hija. Eso. Ese era el sentido de mi negativa a tener hijos tan pronto. 

Y quizás por eso mi pieza TEA tardó en llegar. Porque quería seguir escribiendo mi historia. Y llegó. Y sin darme cuenta, se convirtió en el centro de mi vida. Y yo dejé de ser protagonista porque ya lo había hecho todo. Y ese todo era formar una familia, trabajar en lo que me gustaba y disfrutar de los míos. Y no tuve en cuenta que ese escritor que contaba mi historia no quería dejarme atrás. No caí que la gracia del escritor es que tiene el poder y se sacó un revés de la manga. 

De un día para otro mi vida cambió. Me quedé sin trabajo, con un bebé gordito y movido. En un momento que tener empleo era casi casi un lujo. Y ahí tuve que empezar a reinventarme. Volver a coger un camino nuevo para volver a tenerlo todo. Y me puse a estudiar. 

Y hubo un tiempo de páginas de relleno, en las que nada nuevo ocurría, donde todo era muy llano y muy pse. Yo estudiaba, mi pieza TEA crecía precioso y feliz y superpapá TEA seguía trabajando. Nada nuevo en el horizonte, ni un nuevo trabajo, ni nuevas personas que conocer ni alegrías ni penas desmesuradas. No había protagonista. Ni mi hijo ni yo. 

Y en el capítulo culminante aparece lo que le daría el protagonismo para siempre a mi pieza TEA. Su peculiaridad, lo que le ha llevado a ser quien es y como es. Autismo. Palabra nueva en ese importante capítulo y cansina en los sucesivos. 

Y mi pieza TEA nos cogió de la mano a superpapáTEA y a mí. Porque una vez más tocaba reinventarse y una vez más volvíamos a ser protagonistas. 
Y me moldeé de nuevo. Amasé mi cerebro para que la resiliencia fuera mi estandarte. Aceptar lo que hay, vivir el presente, disfrutar de mi hijo tal cual era, aprender de los errores sacando la parte positiva.. Nada que ver con aquella jovencita que no quería tener hijos todavía porque no quería perder su protagonismo. 

Y me reinventé como persona. A mi habitual timidez la guardé en un armario porque, para ayudar en el camino a mi pieza TEA, de nada servía. A mi boca recta y seria la convertí en una tenue sonrisa para todas las personas que se iban cruzando en nuestras vidas. Una sonrisa sincera y agradecida. Nada de falsedades, nada de juicios. 

Y encontré trabajo, y conocí personas nuevas que me acompañaron y acompañan con nuestra pieza TEA. Una segunda parte de la novela de mi vida. Conmigo de protagonista. Porque mi pieza TEA, ella, tiene otra historia, con otros personajes, con otras aventuras y con otros futuros.