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martes, 10 de noviembre de 2020

TIRAR DEL HILO

 Me bombardean los recuerdos. Sin esperarlos me llegan pequeñas motas de vivencias, momentos que se hicieron realidad hace años. Una simple pregunta:"¿qué quieres para cenar?" y sentí el golpe dulce de una pizza de base congelada con tomate frito, jamón york, lonchas de queso, frankfurt y queso rallado. Las pizzas de mi niñez, las que cada jueves esperábamos mi hermano y yo. De los primeros platos que preparábamos nosotros mismos. Y me veo a mi misma cogiendo el cuchillo y rajar la salchicha en canal, dos veces, para hacer cuatro partes y después rodaja a rodaja para dejar preparados un buen montón de pedacitos de salchicha. Y crear un dibujo simétrico con tiras de queso en la base, y desgarrar con las manos las lonchas de jamón y colocarlas estratégicamente para que la pizza quedara cual obra de arte. Y eso fue lo que cenamos.

Y otro comentario de la tele. "¿ganchitos? no, que se llaman gusanitos". Y mirar a superpapáTEA y decirle con total seguridad que son cosas distintas. Y otro recuerdo bomba llega a mis pensamientos. Domingo, día de aperitivo por excelencia. No comprábamos bolsas de patatas en el súper. Íbamos a la churrería de la plaza. Y allí esperaba una montaña de patatas fritas. Se pedía por peso y el señor churrero las metía en una bolsa de papel e iba pesando hasta llegar al peso indicado. Y una bolsa de ganchitos, naranjas y gorditos, que manchaban nuestras manos  con ese polvillo que soltaban.

Y así, sin venir a cuento, me van cayendo del cielo esas bombas dulzonas que son los recuerdos. Que me transportan lejos a una infancia casi olvidada pero vívida a la vez. Una sensación extraña porque me doy cuenta que todo cambia, que lo que era costumbre ya no lo es, que vivimos en constante transformación y sin casi esfuerzo nos adaptamos a ella. 

Para colmo, me he emperrado en recopilar fotos de mi pieza TEA de estos últimos años. Es un viaje increíble. Los últimos tres años, ya que sus primeros cinco años de vida, los tengo recopilados gracias a la paciencia de superabuelaTEA que nos ha regalado un álbum de fotos de cada año de mi pieza TEA. Revisar fotos se ha convertido en una película a cámara rápida de todas las vivencias de estos últimos tiempos. He sido testigo de cómo mi pieza TEA ha ido creciendo, cambiando ante mis ojos, sin apenas darme cuenta. Sus avances también los he visto. Me topé con su nombre escrito por primera vez. Casi no parece que ponga Arnau, pero sí. Me quedé mirando esos símbolos extraños que querían ser letras y los encontré hermoso, digno de un tatuaje con mucho sentido. Eran sus primeros intentos por escribir, por claudicar ante el gigante de las convenciones humanas. Porque no queda otra, porque leer y escribir son parte de nuestra esencia, como lo es el hablar y comunicarnos con los demás. Un gigante que el autismo a veces no entiende, un gigante que a veces quiere abrazarlo y otras muchas lo relega a la oscuridad.

Pasando fotos, del pasado hacia el presente, veo también mi transformación. Todo lo que he vivido estos años con mi pieza TEA, ese dolor perenne pero a veces apartado, no aparece. No está. No es visible. Pienso que quizás es la propia luz de mi pieza TEA la que le quita la luz al dolor. Que mi pieza TEA irradia luz a todos los que están a su lado. Mi querida pieza TEA que por años que pasen no cambia esa mirada limpia y pilla, que no borra su sonrisa feliciana. Y quien posa junto a ella, sea quien sea, desprende un amor sincero hacia ella. Y eso me deja sin palabras. Ser capaz por sí mismo de crear tantísimo sentimiento a tantísima gente es asombroso. Que a pesar de los malos momentos que nos brinda con sus rabietas, sus rigideces o sus chillidos, lo único que sintamos es amor... 

Ver lo vivido me despierta la nostalgia. Miro la habitación de mi pieza TEA, con sus paredes verdes, su cama mal hecha porque se ha puesto a jugar ahí antes de ir al cole, esa estantería llena de peluches y muñecos que tienen cada uno una historia que contar, ese espléndido escritorio que no usamos nunca porque no es como los demás niños, con deberes, con temas que estudiar, o esa cantidad de juguetes olvidados que si no me pongo con él van muriéndose de la pena de no ser disfrutados, esa ventana sin cortina porque mi pieza TEA no la quita a la mínima... 

Y cae otra bomba. Esa habitación antes era amarilla, esa habitación era amplia, preparada para las visitas de superabuelosTEA, hasta que la noticia de una bolita en mi vientre hizo que la transformáramos. Esas ganas de construir la mejor habitación del mundo, esa ilusión contenida para que no faltara de nada. Esa tarde pintando los bordes de las paredes con un barrigón exagerado, como en las pelis americanas. Aquel día que vinieron a montar los muebles. Esa cuna enorme para una pulga, que no se estrenó hasta ocho meses después de haber nacido mi pieza TEA. Recordar cómo durmió en esa grancuna-minicama hasta casi los seis años, cómo a medida que pasaban los meses, los pies de mi pieza TEA iban alcanzando el final de la cama. El primer día en que por fin durmió ancha en una cama de niño mayor y esa cuna se convirtió en ese escritorio que no se usa. Miro esa habitación y comprendo que debo desprenderme de algunos muñecos con historia, que debo donar ropa que nadie más va usar, que debo dejar atrás las ansias de guardar lo que me trae recuerdos y simplemente dejar que sin venir a cuento me bombardeen los mismos recuerdos. Porque ahí están, a la espera de ser rescatados por la memoria, porque lo que ha sido importante para mí, ahí está, guardado, intacto. 

Como decía Carmen Martín Gaite... basta con tirar del hilo... Tomar hilo, dejar hilo.