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lunes, 4 de marzo de 2019

CARNAVAL


Desde la distancia, entre el bullicio de padres y madres con sus hijos, bailando y tirando globos a la nada, observaba una fiesta de carnaval cualquiera de una guardería cualquiera. Aunque siempre hay ganas de disfrutar y pasárselo bien, ese tarde, ese viernes, yo solo quería escapar. Alejarme de mil malas emociones que me invadían una y otra vez. Como muchas otras veces, la sonrisa forzada iba pintada en mi rostro. A cada niño que venía corriendo a darme un abrazo yo le correspondía, a cada mirada que me dedicaban buscando un referente yo les devolvía. Sin embargo, me sentía muy lejos, muy fuera de lugar. Triste. Por el futuro incierto, por no saber si era como un fin de fiesta para mí. Y se añadía la espera de aquella foto que ansiaba más que nada aquella tarde. Ir a mi mochila cada cierto tiempo y beber agua y mientras rebuscar en el móvil para ver si había recibido por fin la maldita foto que alegraría un poquito mi tarde carnavalera. No llegaba. Ya lo intuía de buena mañana. Ya sabía, que mi pieza TEA no querría colocarse su disfraz para la fiesta del cole, pero la esperanza, ese punto de luz que siempre creo que existe, se negaba a darse por vencida. 

Y seguía mirando esos padres y esos niños y envidiaba aquellas excitaciones locas de críos enanos que corren arriba y abajo de un lugar exageradamente grande para ellos. Y miraba a esos padres que felices un día decidieron emprender el camino de la paternidad. Y como sus hijos les miraban y compartían sus bailoteos y sus risas... Y yo seguía lejos, fuera de lugar. 

La fiesta terminó y yo me relajé. Y volví a mi móvil y una vez más el silencio de los mensajes me dio en toda la cara. Ayudé a petar globos, con una rabia contenida que nadie observó. Me hice la foto de grupo, porque ahora estoy en él, pero siempre mirando hacia mi futuro incierto. 

Y me fui para casa. Triste pero con la esperanza insistiendo que quizás esperaban enviarme la foto cuando preguntara por si mi pieza TEA había comido. Llegué, pregunté por la comida y me dolía preguntar por el dichoso disfraz, porque sabía la respuesta. La tenía muy clara. Y tuve razón. No había foto, no había momento, no había nada. 

Pensar que al día siguiente tocaba volverse a disfrazar para participar en la rúa del pueblo se antojaba un engorro. El año pasado salió mal. Sí, mi pieza TEA y yo nos disfrazamos, pero la eterna espera antes de que arrancara la rúa, rompió esa tarde antes de que empezara y nos tuvimos que volver a casa. La sombra de esa tarde, más lo ocurrido la tarde anterior en el cole solo me trajeron nervios y más nervios. Una vez más quería esconderme y desaparecer, encontrar una excusa para no tener que disfrazarnos e ir a la dichosa rúa.

Pero me había comprometido, desde el principio y había que volverlo a intentar. El disfraz era fácil, solo unos cuantos componentes ponían en duda que todo fura bien. Había que ponerse unos tirantes, había que ponerse un bombín y había que pintar toda una cara blanca. 

Para no cometer el mismo error del año pasado avisé que llegaría justo a la hora que empezaba a caminar la rúa. Así que sin prisas, me vestí yo, me pinté la cara y preparé la ropa de mi pieza TEA. Esperé un un rato más, y otro, pero la ansiedad me pedía que me enfrentara ya a lo que tenía que ser. Así que le dije a mi pieza TEA que nos vestíamos que íbamos al pueblo con los nenes del cole. Le dije que nos vestiríamos iguales. Le puse los pantalones y la camiseta a rayas igual que la mía y... como loco empezó a trotar por toda la casa. Estaba contento. Le puse los tirantes mientras se los miraba curioso y no se los quitó. Le dije que le iba a pintar redondas blancas en la cara y sin abusar la pinté con una lágrima negra deforme porque ya le estaba pidiendo demasiado. Y por último, el bombín... un segundo, dos, tres, cuatro... contaba yo esperando el momento en que lanzara el sombrero... pero no. No se lo quito.

Y con esa sonrisa eterna en su cara, con mi alivio por al menos conseguir que llevara el disfraz puesto, nos largamos a la rúa. Nervios, pero alegría porque mi pieza TEA parecía entusiasmada, con su bombín bien puesto en su cabeza, con su caminar alegre y sus saltitos de va que estoy que me salgo. 

Se saturó con el bullicio al llegar a nuestra comparsa, con sus compañeros excitados haciendo guerra de confetti, pero parando un momento para decir ese delicioso Hola Arnau... Mamis que le daban bolsas de confetti, yo que le animaba a tirarlos, aunque lo hiciera a su manera, fotos aquí y fotos allá, gente del pueblo que le conoce saludando y diciendo lo bonito que estaba... frenesí, supongo que agotador para mi pieza TEA. Y la rúa empezó a caminar, y mi pieza TEA no quería seguir y yo que sí, y al final le engañé vilmente diciéndole que íbamos a buscar pan. Como un burro persiguiendo la zanahoria mi pieza TEA empezó a andar entre los niños de su cole, agarrando mi mano y a veces soltándola. Esparciendo confetti allá por donde pisaba, siguiendo el juego, a su manera, pero siguiéndolo al fin y al cabo. 

Hubo algún mal momento como cuando hizo una sentada porque pasamos cerca de la calle donde habíamos aparcado pero lo convencí y seguimos o como cuando no quería parar de andar para seguir el ritmo de la comparsa. Pero lo arreglamos andando a nuestro ritmo y esperando sentados en un bordillo en la línea de meta de la rúa. Y en esos momentos, palabras de las que se agradecen de los papis y mamis del cole, esas de te ayudo, necesitas algo... Ese sentirme arropada por si algo iba de mal en peor.

Aguantamos para la foto final de grupo y ya no le pedía nada más a mi pieza TEA. No, porque había hecho mucho más de lo que yo esperaba. Ya no necesitaba que siguiera la fiesta de carnaval en el polideportivo, no había necesidad. 

De la mano, vestidos igual, juntos como siempre volvimos a casa. Él con su bombín ya en la mano y yo con una sonrisa que, por fin, ya no era forzada. 




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