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lunes, 7 de marzo de 2016

LA LIBRETA DE LAS LETRAS

Muchas piezas TEA tienen sus objetos fetiches, aquellos que les acompañan a todas partes. A comer, a cenar, a hacer pis, a bañarse, a dormir... Sin ellos se sienten desamparados o quizás necesiten saber que hay algo que es suyo y sólo suyo. Pienso que les calma saber que están ahí. 
Como sabéis, mi pieza TEA casi desde que nació, tenía (y de hecho tiene) unos cubos apilables como extensión de su mano, y que en su día merecieron un hueco en el blog (podéis leer la entrada aquí). No los soltaba para nada, salvo si íbamos al cole, que los dejaba en el coche. 
imagen extraída de internet


Pues bien, en el cole nuevo, como en la guardería, cuesta dios y ayuda encontrar algo que le enganche, que le distraiga y con lo que disfrute, aunque sea algo repetitivo.
Al poco de entrar, Arnau descubrió el placer de pasar las bolitas de colores de un ábaco que tenían en la clase. Su ábaco le acompañaba en las asambleas matutinas, en sus ratitos de esperar, en la vuelta a la calma cuando lo pasaba mal o se enfadaba porque no quería hacer tal o cual actividad... Cada día "su" ábaco le esperaba en su mesita personalizada. 



Fue su compañero fiel durante los primeros meses de cole. Pero está claro, tanto abusar de su uso, dejó de interesarle. Y en el cole siguieron buscando juguetes, juegos, objetos o lo que fuera que le llamara la atención. Y lo encontraron. Una libretita con las letras del abecedario plastificadas para que los niños las reconozcan, para que las visualicen. Un material de apoyo de la maestra para que los niños fijen la atención en lo que ella explica. Arnau descubrió el placer de girar las hojas, de ver todas y cada una de las letras del abecedario en grande, reconociéndolas seguramente. Y con esa libreta, las maestras descubrieron que era un objeto de intercambio perfecto para muchas cosas (hacer actividades que no son de su agrado, calmar pequeños berrinches, convencerlo para ir aquí o allí, tenerlo relajado, etc). Sí, ya sé que suena a "toma esto y no molestes" pero nada más lejos de la realidad. 
El caso es que mi pieza TEA, no entiende que le pongan la chaqueta para irse a casa y no se vaya, que se tenga que esperar a que lo llamen. Sin embargo, con su libreta, lograba esperar sentadito en su silla, como los demás nenes. Y ahí empezó uno de los episodios más duros y corto a la vez que he pasado con mi pieza TEA.

imagen extraída de internet
Un día, en el patio descubrió una pelota de pinchos, que durante unos días le tomó un cariño extremo. Y un mediodía, a la salida, la vio en el patio de la guardería, y sin lágrimas, sin gritos y sin nada molesto, me la pedía. Me miraba y miraba la pelota. Pasaba las manos por los barrotes para intentar cogerla. Yo le decía que era del patio, pero a él, a él ¿qué le contaba? Había estado todo el patio con ella, así que era suya. La maestra, que nos vio pegados a la valla mirando la pelota, salió en nuestra ayuda con ese nuevo objeto lleno de letras que tanto le distraía. Nos dejó llevarnos a casa la libreta sin saber, ni ella ni yo, que esa acción hecha desde la buena fe, nos complicaría los días posteriores.  
Aquel día, mi pieza TEA no volvió al cole por la tarde. Y en casa, la libreta de las letras se convirtió en compañera inseparable de la tarde. Estirado en su cama, pasaba y repasaba cada una de las letras del abecedario, sonriendo cada vez que veía la A, inicial de su nombre. Cenó mirando la libreta. Se olvidó de jugar con sus papis a cosquillas y saltos. Se olvidó de mirar los números del reloj... Y a la hora de dormir, se durmió con ella. 


 
Al día siguiente, sólo despertarse la buscó y mientras desayunaba se la volvió a mirar. Y se la llevó en la mano para el cole. Unos días más tarde, a la hora de salir, mi pieza TEA esperaba que lo recogiera, libreta en mano de nuevo. Cuando le llamaron para salir y le quitaron la libreta, se sentó en el suelo y empezó a llorar. No había manera de moverlo ni un centímetro. Daba mucha pena porque él no entendía nada. De nuevo, de buena fe, la acción de la maestra fue dejársela y Arnau, con una sonrisa de oreja a oreja, se levantó con su trofeo y nos fuimos tan contentos y felices para casa. 
Al mediodía, avisé a la maestra que no le dieran la libreta antes de salir y así lo hicieron y no hubo mayor problema.

Pero en la vida siempre hay escenas que se repiten. Y al lunes siguiente al ir a recogerlo, me lo encontré sentado mirando su libreta, feliz como una perdiz. Cuando lo llamaron salió con la libreta, que le habían dejado porque había accedido a realizar una actividad. ¿Y que pasó? pues que al quitarle la libreta se repitió la historia. Arnau en el suelo sentado, llorando, inmóvil, desesperado, la maestra y yo intentando hacerle entender que ese objeto era del cole y él seguía llorando, enfadado y me miraba ansioso, sin entender. La maestra iba a volver a dársela pero yo me negué. De un modo o de otro, mi pieza TEA debía entender que la  libreta debía quedarse en el aula, como los demás niños hacían con otros juguetes. La maestra entendió que así debía ser. Así que se llevó la libreta y cerró la puerta de la clase. Y allí nos quedamos mi pieza TEA y yo. Sentados en el suelo, él berrando, pataleando, y yo intentando calmarle e intentando que se moviera para ir a casa. Fue horrible, quizás es una de las peores experiencias que he vivido con mi pieza TEA. Porque no se calmaba, había entrado en un bucle de llanto imparable que ni una palabra, ni un gesto ni tan siquiera pan o las llaves de casa podían parar. Y ahí me sentí sola. Porque no había nadie que me pudiera ayudar, porque no sabía qué hacer ya salvo utilizar mi fuerza para cogerlo a cuello y avanzar. 
Y así lo hice. Por tramos. Cinco metros y al suelo. Cinco más y ya estábamos fuera del cole. Cinco más y llegamos a la plaza de la guardería, donde la gente que pasaba me saludaba y corría hacia su coche para ir a comer. Y yo, bloqueada, dándome por vencida casi, esperando que poco a poco Arnau volviera en sí. Al final, superpapáTEA me salvó. Gracias a los móviles y al whatsapp, estaba enterado de todo lo que iba ocurriendo, y a pesar de que le dije que no saliera del trabajo, él allí se presentó. Él vino a ayudarme y llevar a casa a nuestra pieza TEA. Ya en el coche, por fin se calmó. 

Por la tarde, le expliqué a la maestra todo lo ocurrido y les aconsejé que guardaran la libreta antes de salir. Y me hicieron caso... a medias. Fui a recogerlo y lo oía llorar, no tan fuerte como al mediodía, pero sí con insistencia. Me dejaron entrar. Y allí me lo encontré, con la maestra de Educación Especial, explicándole que la libreta estaba guardada para mañana porque era del cole. Y Arnau se la miraba y miraba "su" libreta guardada encima de su mesita personalizada. Y lo vi claro. Había que aplicar el dicho: ojos que no ven, corazón que no siente. Les hice esconder la libreta, que mi pieza TEA no la pudiera ver. Así lo hicieron, pero Arnau seguía llorando. Y las maestras se querían ir. Y yo, yo vi la luz. Les pedí permiso para ir a la otra clase con mi pieza TEA. Le dije que me la enseñara y como él es un loco de ir de chafardeo por las clases, accedió de buena gana. Así, seguidos por las maestras, Arnau se olvidó de la libreta y pudimos irnos a casa con una sonrisa de oreja a oreja. 

Al día siguiente, y aquí debo felicitar a todo el cuadro docente que trabaja con Arnau, me plantaron la solución. Decidieron los horarios que mi pieza TEA podría disponer de la libreta. Cuándo empezaba y cuándo terminaba el uso y disfrute de la libreta de las letras. Y además iniciaron, sin ningún miramiento, un cuadro con pictogramas de normas de la escuela, que también me facilitaron a mi para ayudar desde casa. Y es que así es como debemos funcionar. Hablando la escuela y la familia, buscando soluciones entre todos, escuchando las opciones que se plantean, los consejos que se dan. Así es como puedo ver, día tras día, la preciosa sonrisa de mi pieza TEA al salir de la escuela.




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