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martes, 1 de marzo de 2016

FIESTAS DE CUMPLEAÑOS

Las fiestas de cumpleaños suelen ser un día especial para los niños. Su nerviosismo se hace patente porque o no paran de moverse o de hablar, o de preguntar cuándo van a llegar los invitados. Piden que la tarta sea de su personaje favorito, que sea en un parque infantil y desean llenarse las panzas con los buenísimos bocadillos de nocilla, los ganchitos y las patatas chips. Están como idos, sobretodo si el cumpleaños se celebra en parques infantiles con toboganes, circuitos y castillos hinchables. Allí se transforman, se vuelven como locos, y disfrutan, disfrutan porque se saben protagonistas, porque su fiesta es la más molona de toda la clase, y son felices porque reciben regalos, algunos muy chulos y otros no tanto. Pero al fin y al cabo, la recompensa de las fiestas de cumpleaños es ver esa sonrisa de felicidad y satisfacción de su día, y cómo, agotados pero hinchados de emociones, se duermen sin más.

Este año Arnau ha cumplido cuatro años. Estuve muchos días pensando en si era ya el momento o no de organizar una fiesta de cumpleaños con los compañeros del cole. Sin embargo, el miedo a que saliera mal, a que, como he leído alguna vez, fuera una fiesta de cumpleaños solitaria me frenó. Porque se hace difícil decidir qué hacer, y encima si es el primero de la clase en cumplir años, peor. El caso es que lo comenté por ahí a algunas mamis y ellas mismas me dijeron:"calla, calla, ya habrá tiempo". Así que entendí que "nadie" las prepara aún. Lo único que sí hice fue llevar bizcocho y chocolate al cole para celebrar ahí su cumpleaños (para Arnau un tubo de galletas maría que es lo único que le gusta). 
Evidentemente, en casa sí lo celebramos. Como cada año, reúno a toda la familia en casa y hacemos una merienda o una comida al estilo pica-pica. Es la fiesta de Arnau. Pero ya sabéis, nuestras piezas TEA son seres especiales, que van más allá de los regalos y pasteles y personas. 

Los cumpleaños, como carnaval o Navidad, son algo que me da miedo o pereza, no lo sé. Consciente de la poca participación de mi pieza TEA, es un mal momento para mí. Porque duele. 
El primer cumpleaños de mi pieza TEA fue por todo lo alto. Era pequeño y todo parecía ir viento en popa. No sabía soplar, era pequeño. No sabía poner un sólo dedo, era pequeño. Se miró los regalos, pero de lejos, era pequeño. Fue un día muy bonito. Lleno de aquella felicidad que todo papá y mamá tienen cuando su renacuajo llega felizmente al año de vida. Éramos felices, disfrutábamos de mi pieza TEA. Era un torbellino que aún no andaba porque se movía mejor encima de su camión, un torrente de alegría diaria con sus risas y sus sonrisas y sin sus pocos llantos. Le costaba dormirse, pero una vez dormido, dormía feliz como una perdiz. Nuestro gordito ya tenía un año.



Cuando cumplió dos años, a pesar de la alegría de tener a todos los míos a mi lado, mi hijo lloró y mucho mientras le cantamos el cumpleaños feliz, se largó a su habitación, a esconderse de todos y cada uno de nosotros. No abrió ningún regalo, no disfrutó. No sopló las velas, porque no sabía soplar. No puso un dos en sus dedos mullidos, porque no sabía imitar a los demás. No comió nada porque todavía no quería comer sólido. Y los globos... los globos ni se los miró.



Llegó el día de su tercer cumpleaños. Un año más, reuní a toda la familia, esta vez unos días más tarde para que sus primos pudieran jugar a futbol en el jardín, o saltar a la colchoneta. Aquel año, mi pieza TEA siguió sin soplar las velas, porque no sabía, siguió sin abrir muchos regalos, aunque sí de fijó que había uno que llevaba el escudo del Barça y lo señaló. Ese año, descubrimos que si cantábamos todos juntos la canción del cumpleaños feliz y hacíamos bravo a la vez, él no lloraba y también hacía bravo... así que lo hicimos. Ese año, salió al jardín a saltar con sus primos a la colchoneta y ese año, robó croquetas, varias croquetas. Sin embargo, no hizo el tres con sus deditos mulliditos, seguía sin saber qué era imitar. Y los globos... los globos los peté yo al día siguiente.



Y un año más, volvíamos a estar en fechas de celebrar su cumpleaños. Como el año anterior, decidimos hacer la fiesta a finales de mes para que no hiciera tanto frío y los niños pudieran jugar en el jardín. Este año, mal asunto. Este fin de semana pasado fue de los más fríos de este invierno, llovió, nevó y la ventolera era digna de película. ¡qué horror! pobres críos y pobre Arnau, todos encerrados en mi casa, sin poder jugar a fútbol, sin poder correr arriba y abajo. Mi hijo sin poder saltar con su animadora particular (gràcies Martinilla). Se esperaba un día duro. Sin embargo, y ya creo que es una costumbre en mi día a día, la vida me da sorpresas, y mi pieza TEA me da más sorpresas todavía. 
Siempre es algo durillo arreglar la casa, preparar la mesa y la comida cuando mi pieza TEA no tiene ganas de entretenerse solo. Pide e insiste en que estés por él, que vayas con él a la cama grande a jugar a cosquillas o lucha libre o a saltar, te absorbe de una manera inhumana y tienes que ceder porque no queda otra opción. Pues bien, este fin de semana, no sé por qué pero nos dejó hacer, arreglé la casa y adorné la mesa a placer. SuperpapáTEA pudo hacer sus manjares libre de tirones de camiseta y de brazos de mi pieza TEA. Incluso estaba especialmente contento, alegre, corría feliz arriba y abajo del pasillo, como si supiera que aquél era su día. 
Yo como cada año, le compré globos, muchos globos. Y mientras los hinchaba, mi pieza TEA se escondía pero una vez todos en el suelo los chutaba con sus pies y los reunía todos juntos y se los miraba, y los cogía y los tiraba al aire, en definitiva, jugaba con ellos.
Llegó toda la familia, y todos comimos. Arnau ya no robó croquetas como el año anterior. Iba cogiendo de la mano primero a mi, después a su padre, acto seguido a su abuelo y finalmente a su animadora para que le diéramos permiso para coger un  croqueta. Incluso, en una de esas veces, su abuelo le preguntó si quería una croqueta y, alto y claro, dijo: "shi".
Este año, Arnau estuvo casi todo el rato con sus primos, no jugó con ellos, salvo con la fantástica animadora con la que se divierte de los lindo, sin embargo estuvo con ellos a su lado, mirando qué hacían, a qué jugaban. Les dejó tocar todos sus juguetes y corrió, y se rió y saltó y buscó globos. No sopló, porque no sabe, pero le estoy enseñando. No ha puesto cuatro dedos, pero conseguiremos poner los cinco seguro el año que viene. 
No abrió ningún regalo, pero es que tenía faena con su animadora y en disfrutar de su fiesta. Y es que este año, sí. Este año ha sido un festival de cumpleaños, de aquellos de enmarcar y recordar muchísimo tiempo.




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