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sábado, 29 de agosto de 2020

LA VIDA NO ES UNA PELÍCULA

"La vida no es una película". No. No es una comedia romántica, ni una de aventuras. No es un drama con final feliz. Tampoco es una película de miedo, aunque haya temporadas que todo lo que nos sucede da miedo. No, la vida no es una película. Ni por asomo es como nos la quieren vender. Creernos una ficción. Vivir con la eterna esperanza que suceden cosas tan bonitas, tan utópicas como en las películas. Ver en colores vivos, nada de blanco y negro con sus mil tonalidades grises. No, la vida no es una película, es una realidad, sin final predecible, sin ningún guionista que nos maneje para llegar al gran público y sea un éxito. La vida es un sinfín de emociones que nos mueven o nos paralizan. Que nos engrandecen o nos desgarran por dentro. Son sentimientos que crecen sin pensarlo, sin que los podamos controlar. A veces se adueñan de nosotros, nos atrapan en sus redes y se nos hace prácticamente imposible escapar y dominarlos. Bien tejida, la tela de araña cumple innegablemente su función, dejarnos atrapados, inmovilizados. Imposible avanzar, imposible cambiar el rumbo de las cosas. Un embrollo de hilos bien anudados ahogan nuestra mente y nuestra voluntad. Toca luchar por escapar, toca aceptar que no hemos podido escapar, toca resignarse y mirar cara a cara a la derrota. Llorarla si hace falta, pelearnos con ella a puñetazos y patadas, aunque solo sea para desahogarnos y que la derrota parezca menos derrota. Nos hundimos. Así, sin más. 

Encerrados en una habitación con infinitas puertas cerradas. ¿Cuál abrir? Si es que alguna quiere abrirse. Elegir. Una vez la derrota ha ganado la partida y ha conseguido acorralarnos en un callejón sin salida, toca elegir. No hay vuelta atrás. Debemos mirar las puertas y decidir qué hacer.  Toda elección lleva sus consecuencias. Imposible saber si hemos hecho bien, si el paso hacia delante es en buena dirección. Podemos hacernos una idea de lo que podría suceder si... Pero no será una certeza. Sólo una posibilidad. 

Y con esfuerzo intentamos abrir una puerta. No de par en par, porque el miedo paraliza. Atisbamos por la breve rendija que hemos abierto y notamos que se acerca un vendaval que puede destrozar la pobre seguridad que nos ha donado la derrota. Cerramos. Elegimos otra y hacemos lo mismo. Se deja entrever que aunque no hay vendaval llueve a cántaros y no hay paraguas para resguardarse. Cerramos. Y repetimos con otra puerta. Sólo se escucha el silencio. Un silencio apaciguador. Un silencio de sospechas, pero que relaja el cuerpo. ¿Será esa la puerta que debemos cruzar? Quizás sí, quizás no. Hay más puertas, pero esa revela cierto sosiego que es lo que necesitamos después de ese tsunami que todo lo ha roto. El miedo sigue paralizándonos pero hay que seguir. Y haciendo de tripas corazón, sin dar tiempo a pensarlo mucho más, cruzamos la puerta. Ya está. Aún con las heridas de la derrota, avanzamos lentamente hacia las consecuencias de elegir esa opción. Habremos hecho bien o no, pero la única certeza es que no hay vuelta atrás y que lo que haya de ser, será.

Esa es la historia de nuestras vidas a partir del diagnóstico de mi pieza TEA. Recuerdo la nube en la que vivimos desde que supimos la noticia de que íbamos a ser padres. Cómo con una emoción contenida veíamos crecer dentro de mí a ese ser que tantas veces había imaginado. Mío, para mí, para siempre. Soñar despierta lo que haríamos juntos. Mi familia, perfecta, como en las películas. Recuerdo su nacimiento, esa carita con ojos cerrados que tan solo salir al mundo buscaba comer. Y esa imagen de una bolita agazapada al pecho de su padre porque fue con él con quién hizo el piel a piel. Los primeros días y meses, con sus biberones, sus primeras sonrisas, sus balbuceos.

La derrota llegó con un diagnóstico que no entraba en nuestros planes, que destrozó todo lo que encontró en su camino. Fue nuestra derrota. Mi derrota. Me paralizó. Me llevó a un laberinto sin aparente salida, con callejones oscuros y sin ventanas por las que escapar. Me costó más de un año salir de ahí. Pero salí. Y salí porque la manita de mi pieza TEA me cogía con fuerza. Sé que fue ella quién me rescató. Que fue ella con su mirada limpia la que me decía que no tuviera miedo, que andaríamos juntos porque eso es lo que hacen padres e hijos, caminar juntos, unidos. 

Y echamos a andar. Mi pieza TEA, tirando felizmente de mí, yo, tropezando ante cualquier minúscula piedra del camino. A trompicones, la seguía. Con su andar danzarín, alegre, con prisas porque no quería parar, sin prisas porque quería aprender.

Es nuestra película. Película de cine independiente que no quiere vender fantasías ni realidades edulcoradas. Guión sin guionista que se escribe mientras la rodamos. Es nuestra película. Es nuestra vida.



2 comentarios:

  1. Madre mía! Qué precioso!

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    1. Muchísimas gracias por haberlo leído y que te haya gustado!

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