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jueves, 9 de abril de 2020

SÍ, HAY COSAS BUENAS

Observo a mi pieza TEA. Ríe a carcajada limpia, saltando una y otra vez en la colchoneta del jardín. A veces salta, a veces se tira en plancha, otras no ríe, solo chilla como un poseso. Y de golpe esa vocecilla reclamándome: "uam". Y por enésima vez pulso el botón "one" de su incombustible camión Sansón. Y como si fuera la primera vez que lo escucha sonríe y empieza a saltar otra vez. Es muy feliz, pero a la vez me da pena. Me duele en el alma comprobar sus juegos tan primitivos, su poca curiosidad por juguetes nuevos. Es feliz, no tengo duda de ello, pero desearía no tener que cogerlo y tirar de la cuerda para encontrar nuevas motivaciones. Me gustaría que, sin venir a cuento me trajera cualquier juego y me dijera jugamos. Que me pidiera ir más allá de sus juguetes con sonido, juguetes de bebé que le han acompañado ya varios años, de los que no se cansa, de los que siempre saca alguna nueva diversión, pero que en el fondo no llevan a nada. Que sí, que es cierto, que los juguetes y los juegos son para disfrutar, para pasarlo bien, que no todo tiene que ser para aprender algo, pero duele.

Y me conformo. Y lo hago porque esos viejos juguetes que le acompañan nos han unido, han sido el gancho perfecto para que mi pieza TEA me mire a los ojos, con su mirada limpia y me pida con palabras cosas. Cantar una canción, buscar tal o cual color, contar hasta diez,... Un sinfín de palabras que a base de tocar y tocar botones, de repetir y repetir sonidos se han aprehendido en la mente de mi pieza TEA. 

Lo veo columpiarse feliz como una perdiz. Y sonrío porque ha aprendido a columpiarse solo. Porque hace unos años era capaz de decir "ui aixa" solo del miedo que tenía si lo subíamos a uno. Lo observo en su vaivén y miró su ojos, que no me miran, miran otras cosas. Observa lo cables que van de una casa a la otra, de un poste a otro poste, y a otro, y otro más, quizás hasta el infinito. Sonríe cuando la brisa de la tarde mueve sinuosamente las hojas de la casa de enfrente. Y es feliz porque hay una señal de tráfico justo delante de nuestra valla del jardín. Son sus cosas, sus intereses y los respeto. Sin embargo, duele.

El confinamiento me ha devuelto inevitablemente a mi pieza TEA. Desde que se despierta hasta que sus ojos ceden y se cierran para sumirse en el sueño profundo de un día más terminado, de un día menos para volver a su mundo habitual. 

Muchas horas juntos, muchos minutos que compartir. Un descubrir de nuevo a mi pieza TEA, un poco olvidada con los ajetreo laborales y las tardes de terapia que me impedían o me liberaban de trabajar con ella, de enseñarle, de aprender juntos. 

Una situación que de entrada me daba miedo. Semanas encerrados en casa, teniendo la experiencia de fines de semana lluviosos donde el agobio por no poder salir estaba muy presente. 

Tener que compaginar trabajo en casa con mi pieza TEA. No permitir de alguna manera que todo lo que parecía estar estallando en el cole se quedara en un petardo que no explosiona.

Han pasado cuatro semanas, con sus siete días. Con sus días y sus noches. Y ha sido motivador. Sin esperar directrices he impuesto cierta rutina para mi pieza TEA y para mí. Obediente, cada mañana cambia el día del calendario, incluso le ha tocado cambiar de mes. Sin prisas, desayunamos uno al lado del otro, jugando con sus viejos juguetes mientras mordisco a mordisco termina su bocadillo de aceite. Diligente, ya ha aprendido a poner su plato y la cuchara del yogur en el lavavajillas. Y sin darle tregua, iniciamos las 3 tareas educativas de la mañana. Es en esos ratos donde me doy cuenta que sigue su explosión. Con ojos observadores, compruebo que hace correspondencia fonema letra, que se esfuerza en escribir lo que oye. Me sorprendo al escuchar su rudimentaria lectura sílaba a sílaba cuando la palabra no la ha aprendido con la práctica de la lectura global. Y tiro un poco más del hilo y le reto a sumar. Y una vez más compruebo que es muy capaz de salir airosa. Le hago hacer puzles. Se le dan bien sobretodo cuando lo ha hecho varias veces, así que le hago hacer un puzle no habitual y aunque me pide ayuda lo resuelve bien. Me siento orgullosa, porque a pesar de las circunstancia tira pa'lante, sorprendida de los regalos que, en estos días inciertos, nos da sin esperar nada a cambio. 

Menos de una hora duran estas tareas. Una vez terminadas, toca que se busque la vida porque yo tengo qUE trabajar. Me siento mal, porque parece que la abandone. Porque sería más fácil que se sentará a mi lado y dibujara o pintara. Pero no le gusta. Porque todo sería mejor si supiera jugar con legos o playmobil. Le dejaría esparcir los por todo el comedor mientras cumplo con mi obligación. Pero no sabe y no lo entiende. 

Pasa la mañana, yo con mis cosas, mi pieza TEA con sus cosas, embuclada con vídeos absurdos de carreteras que van quién sabe dónde. 

Llega superpapáTEA y comemos los tres, juntos, quizás es la primera vez que comemos tantos días los tres. Aprovecho esta situación para enseñar a mi pieza TEA a poner la mesa. Poco a poco va haciéndolo mejor, aunque todavía le tenemos que guiar los pasos a seguir. 

Y cae la tarde y bajamos a la suerte de nuestros jardín. Mi pieza TEA salta en la colchoneta, se columpia y alguna que otra vez se tira por el tobogán. 

Pasa el rato. Subimos, merienda y ya se sume en la diversión de ver los concursos de las últimas horas de la tarde. Salta y ríe con los cronómetros que corren, imita las canciones que día tras día se repiten cuando salen gallinas dobladoras o se pierde un comodín. Corre contento de un lado al otro del comedor atento a lo que va pasando en los concursos. 

Terminan, hora de bañarse. Cenar. Juntos los tres otra vez, poner la mesa otra vez.

Y ya, por fin, un día que va fundiéndose, lentamente. Hora de dormir, no sin antes hablar como cada noche, del cole, dels nens, de la autopista ap7... Y yo le prometo que pronto volverá. Que quedan aún unos días, pero volverá. 

Y así, pensando en su cole, en su gente, en nuestra gente, termina un día cualquiera de este interminable comfinamiento. 
   

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