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jueves, 13 de diciembre de 2018

NAVIDAD

Miro a mi alrededor y me maravilla ver las infinitas luces que adornan calles, comercios o casas. Mil colores... blancos, azules, rojos o verdes que brillan cuando la última luz del sol desaparece.

Hace ya días que todas estas luces anuncian la Navidad. Tiempo de familia, tiempo de comer bien, reír, recordar y esperar. Pero sobretodo, es la fiesta de niños y niñas. Es magia. Es inocencia, es deseo, son esperas nerviosas y sueño inquieto en vísperas de que un ser vestido de rojo se atreva a entrar no a una sino a muchas casas. Que cargado con un saco lleno de objetos envueltos en colores sedosos, entre y sepa qué debe dejar debajo de cada árbol que encuentra.

Es tiempo de alimentar hasta la saciedad el Tió. Y cantarle a base de bastonazods para ver si su empacho se convierte en golosinas, dulces o pequeños juguetes.
Toca ir a esperar a los Reyes Magos. Verlos llegar, sorprenderse con esas lujosas carrozas llenas de luz, vida y alegría. Quedarse boquiabierto con la lluvia de caramelos q sale de la carroza al pasar y pelearse y esmerarse por recoger cuantos más mejor.

Y esas caritas. Esos ojos incrédulos. Esos niños que viven la Navidad. Que ayudan a poner el Belén, que adornan con mamá o papá el árbol de Navidad. Esos niños que escriben sus cartas a los reyes magos y se las dan a los pajes confiando que lleguen a quien debe y que sus sueños se hagan realidad.
En nuestro mundo TEA, todo es distinto. Mi pieza TEA no tiene esa ilusión por estas fechas. Le animamos a pasear por las calles iluminadas. Le enseñamos todos los tiós que vemos. Le cantamos villancicos y alguno que otro le queda. Le enseñamos revistas de juguetes con la esperanza de ver iluminados sus ojos ante un determinado juguete. Le hacemos cagar el tió con todos sus primos, como uno más. Sin embargo, esa sensación nerviosa de los demás no aparece en la carita redonda de mi pieza TEA.

Con nuestra constancia hemos logrado que abra sus regalos y hemos podido comprobar siempre q ni Papá Noel, ni el Tió ni los Reyes Magos se equivocan con mi pieza TEA. Quizás en un primer momento no se interesa. No importa. A lo mejor días después descubre que ese juguete es la monda y juega y juega con él.

Algo es algo, pero no es lo que esperaba. No es lo que deseaba y no es lo que quería vivir. Pero no odio la Navidad. Podría hacerlo y con razón, puesto que no tan solo mi pieza TEA no la vive como la viví yo de pequeña, sino que la saturación de comidas familiares, de no estar en su entorno habitual, pone a cien a mi pieza TEA. Aguanta como jabato. Supera todas las comidas con nota, acepta los viajes de hora y media para comer en casa de superabuelosTEA, protesta poco cuando de madrugada lo despertamos para volver a casa.

Muy dentro de mí envidio la facilidad de las otras familias, con esos hijos que piden y piden sin parar, que saturan a sus padres con todo lo q piden en sus cartas, porque me hubiera gustado poder utilizar la inocencia de mi pieza TEA. Me gustaría ver cómo prepara el agua y los turrones para los reyes magos y sus camellos, cómo con suma diligencia pone su zapato junto a los de superpapáTEA y míos. Me hubiera gustado que el día de Reyes me despertara gritando de emoción a las siete de la mañana porque los nervios de saber qué habrá en el comedor no le dejan dormir... y seguiría con mil me hubiera gustado... pero no tiene sentido.

No odio la Navidad porque año tras año aparece un nuevo logro, como una nueva conexión de mi pieza TEA con las historias de esta nuestra sociedad. No odio la Navidad porque tengo la suerte de estar junto a mi gente. No odio la Navidad porque suele ser divertida, suele haber risas y cánticos y bailes locos. No odio la Navidad porque la vivo en presente, sin pensar en el pasado y olvidando cómo será en el futuro.




Se trata de vivir, de disfrutar a nuestra manera, adaptándonos a lo que nos ha tocado vivir. Y sentir que a pesar de todo, vale la pena.

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