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lunes, 13 de marzo de 2017

LA PELUQUERA

Con el tiempo, van apareciendo y desapareciendo miedos, rigideces en mi pieza TEA. Aprendemos poco a poco a convivir con ellos, buscando la mejor manera de que vayan desapareciendo o al menos sean menos "traumáticas". Durante un tiempo los sonidos habituales de casa, microondas, cafetera eléctrica, trituradora o secador eran motivo de llanto desconsolado y chillidos casi inhumanos. Peticiones con la manita para que cesara el ruido. Así que durante meses, los cafés los hacíamos cuando mi pieza TEA estaba en su habitación o dormía. El microondas directamente dejamos de usarlo para calentar y si teníamos que descongelar algún alimento, esperábamos a que estuviera en la bañera o en el cole. Tiempo de dejar de usar objetos cotidianos para el bienestar de mi pieza TEA. Sin embargo, la vida no va así. En la mayoría de las casas hay microondas, en casi todos lados se utilizan cafeteras eléctricas. Así que decidimos con superpapáTEA que mi pieza TEA debía sí o sí habituarse a aquellos ruidos. La casualidad quiso que encontraramos la solución en contar hasta X. Con la cafetera eran 20, con el microondas empezamos con 10. Y siempre con palabras de consuelo y de valentía por aguantar los interminables 20 segundos o aquellos 10 segundo que no calentaban mucho la comida pero le quitaban el frío. Con la trituradora, la solución la encontró mi pieza TEA. Me di cuenta que cada vez que la sacaba del cajón, me miraba con terror y se escondía en su habitación. Y no volvía hasta que cesaba el ruido. Así que cada vez que la voy a usar le enseño y le aviso y él mismo se va, sin miedo, sin llanto. Y cuando acabo viene y me ayuda a guardar la trituradora. Y así, hemos estado haciendo con las pequeñas cosas cotidianas. Poco a poco con paciencia y sin miedo a hacer "terapia de shock".

Pero hay muchas otras cosas que por ahora todavía no hemos encontrado la manera para superarlas. Cortarle el pelo, conforme se fue haciendo mayor se convirtió en un suplicio. De más pequeño lo llevaba a la peluquería y móvil en mano se dejaba cortar su preciosa mata de pelo. Pero conforme creció fue consciente del engaño que suponía un móvil en un lugar extraño, con una capa encima y miles de pelo corriendo por su cara y viajando al suelo. Lo que antes era fácil, se convirtió en una especie de mal momento. De quince minutos agónicos de llorera y de forzar un poco la situación. 

La primera solución fue anticipar mediante pictogramas e imágenes y explicar que si todo iba bien tendría premio. Pero nada. Conseguimos cortarle el pelo pero a base de montar un espectáculo en la peluquería, sin capa, con cambio de camiseta llena de pelos por otra limpia, que no le picara el cuerpecillo. Esa fue la última vez que pisó una peluquería.

Y es que la vida nos pone a personas fantásticas en el camino, así, sin avisar para qué o por qué. Hace cuatro años más o menos, superpapáTEA se comprometió a ir a comer con un compañero. Con las mujeres y los niños. Aquel fin de semana, un resfriado fuerte se había apoderado de mi y sólo deseaba estar en el sofá con la mantita y rodeada de pañuelos de papel. Era como un grifo mi nariz, y solo de pensar que tenía que hacer vida social con unos desconocidos en mi estado me ponía más mala, pero no hubo más remedio que ir. Cargada de paquetes de kleenex, con paracetamol para sobrevivir a mi estado catarral, contando los minutos para que acabara aquella comida y volver a mi refugio. Ese día ninguno fuimos conscientes que se iniciaba una amistad importante, de aquellas de buen corazón, de risas que alivian el día a día durante un rato, de conversaciones sinceras y serias, de cenas y comidas que poco a poco afianzan esa confianza infinita de las grandes amistades. Ese día fue el primero de muchos que vendrían más tarde, en nuestra casa o en la suya. Ese día que al principio fue para mí un engorro (comer con estalactitas nasales y mil kleenex usados que ya no sabía dónde esconder, no poder llevar una conversación sensata porque casi no podía respirar y porque mi cabeza estaba obnubilada por el acoso de fiebre inminente) es de esos días que ahora doy gracias porque existieran.

Porque esa familia que entró en nuestras vidas casi por compromiso se ha convertido en una familia amiga. Que han sido partícipes de todo el proceso con mi pieza TEA, que les ha dado igual venir a casa si así podíamos disfrutar todos de una cena tranquila porque mi pieza TEA ya dormía feliz en su cama. Una familia que adoran a mi pieza TEA, que si cenamos en su casa ya le tienen preparadas sus adoradas croquetas. Que si nos da por comer fuera, buscan un sitio donde haya macarrones, croquetas o canelones para que mi hijo coma feliz algo que le gusta. Una familia que acepta sin reparos las peculiaridades de mi pieza TEA. 

Y en esa familia hay una mujer espectacular que un día, así sin más, se ofreció a cortarle el pelo a mi pieza TEA. Porque ella es peluquera. Porque ella entendió que para mi pieza TEA y para mí era un suplicio cortar pelos. Y desde entonces ella es la peluquera oficial de mi pieza TEA. 

Y la admiro. Por la paciencia, por el sentido de humor que le pone al reto de cortarle dignamente el pelo a mi pieza TEA. Porque no tan solo los abuelos, los papás y mamás o las maestras de nuestros hijos pueden ser héroes cuando entienden a nuestras piezas TEA, o buscan y rebuscan soluciones para llegar a ellos y hacerles sentir bien. No, hay muchas más personas que de una forma u otra quieren llegar a ellos. Mi amiga, la peluquera, es una superpeluquera. Ayer me lo demostró cuando a pesar de aguantar la pataleta de mi pieza TEA, a pesar de verlo tirarse al suelo y negarse en redondo a dejarse cortar el pelo, no perdió la sonrisa, ni el temple para conseguir su reto. Fui testigo de una paciencia infinita. Primero de dejar que llorara y se calmara. Después de aprenderse canciones para cantarle a mi pieza TEA. Sentarse con él en el suelo para ganar un tijeretazo más. Estirarse con él para cortar unas cuantas puntas. Perseguirlo de rodillas y ganar un nuevo clac de tijeras. Ser su sombra por todo el comedor, y conseguir cortar unos cuantos mechones más. Y así hasta lograr un corte digno. Fue como una gimcana para profesionales de la tijera. Y durante ese rato conseguimos reírnos de la situación a pesar de la tensión, a pesar de esos chillidos histéricos de mi pieza TEA cuando la veía tijera en mano. 


La anticipación de momento no nos ha servido de nada, quizás tocará especificar más qué conlleva la imagen cortarse el pelo, no lo sé. Lo único que sé es que en mi vida apareció una peluquera para poner guapo a mi hijo y, lo más importante, ganar una de esas amistades imprescindibles. Que la vida es muy extraña, pero que todo tiene su razón de ser. Que las personas, como bien decía aquél están porque tienen una misión, que las personas aparecemos en las vidas de los demás por razones varias pero importantes. A veces para enseñarnos a través del dolor, otras, aprendemos a mirar la vida con otras gafas, unas más amables que suavizan las aristas punzantes que surgen de la nada, otras, nos enseñan a saber elegir, otras nos muestran que justamente eso no es lo que queremos a nuestro lado, algunas nos enseñan a querer sin condiciones, otras a ser más pausados, otras a saber encontrar soluciones... todas, todas las personas nos aportan algo. Nuestra peluquera nos aporta alegría, risas, conversaciones animadas y a veces tristonas. Nuestra peluquera hace fácil un cena o una comida. Nuestra peluquera saca lo mejor de todos nosotros. Pero yo prefiero llamarla nuestra Sílvia. Porque ella es ante todo, Sílvia.

Así que, aunque sea complicado, aunque cuesten sudores, sé que con nuestra Sílvia y su perseverancia conseguiremos que un día mi pieza TEA acepte sin más que cortarse el pelo es una actividad más del día a día. Y sí, junto a ella y su familia, seguiremos pa'lante, siempre pa'lante. 



  

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