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viernes, 3 de marzo de 2017

EL RELOJ

Como sabéis cada vez me aterra más ir a los parques con mi pieza TEA. Mientras estamos allí, todo fluye, él es feliz y yo también. Pero la hora de marchar muchas veces se convierte en un mal momento. Algunos días tengo que sacarlo a rastras, otros se sienta en el suelo y no hay manera de moverlo. Incluso hay días que todo contestón me suelta un "no" claro y rotundo. Y es que mi pieza TEA suele soltarse más cuando está enfadado. Le sale el lenguaje desde lo más profundo de su alma. Y entonces es cuando yo tengo que centrarme, si estoy en plena riña, no reírme y seguir en mis trece. Y seguir hablándole seria pero serena, sin gritar, sin desesperarme, aunque muchas veces es para mi un suplicio. 


Los miércoles, solemos ir al mismo parque. Un parque bastante grande con tres zonas de juego bien diferenciadas para diferentes edades. Mi pieza TEA empieza siempre por la de su edad. Se sube al columpio y se columpia. De golpe salta y se va corriendo a subirse al tobogán, o a saltar peldaño tras peldaño por la escalera de cuerdas. Acto seguido vuelve a los columpios y, si no hay niños, va de uno al otro. Al cabo de un rato se va corriendo a la parte de los pequeños. Yo le dejo seguir yendo. Aunque se ve muy grandullón para los toboganes y balancines que hay allí, no hace ningún mal y respeta a los más pequeños (eso sí, siempre bajo la supervisión de mamirottenmeyer, es decir, yo).



Cuando ha bajado un par o tres de veces por los toboganes de esa zona, empieza a correr y se va a una especie de tarima con rampas a saltar y probar alturas. Mientras, yo le sigo de cerca, le ayudo cuando la altura le puede, o lo animo a que se atreva a dar ese salto que tanto lo aterra.



Y seguimos. Toca la parte de la fuente. Allí, un día encontró unas barras orientadas diagonalmente hacia la fuente. Así que desde entonces toca correr de una barra a la fuente y volver, ir a la siguiente y lo mismo. Y así como unas diez veces. Le dejo porque sé que experimenta con la distancia.



Finalmente se va a la zona de los mayores y allí el reto es subir unas escaleras de cuerda hasta una tarima. Pero si voy sola no le dejo porque después le da miedo bajarse. Y yo soy muy patosa y no sabría como hacerlo bajar. 



Después de todo este recorrido, pacífico y agotador a la vez, toca volver a casa. Merendar, jugar, bañera, cenar y a dormir. Pero mi pieza TEA no está por la labor. Pero el gancho de un semáforo suele ser suficiente para salir del parque, dar un rodeo pasando por el semáforo y mirar cómo van cambiando los colores, subir unas escaleras, pasar un puente y llegar al coche. 



Pues bien. Un día, hace un par de meses, no conseguía sacar a mi pieza TEA del parque, así que opté por despistarlo mediante un reloj que tiene con el que disfruta viendo como se suceden los segundos, los minutos o cómo cambia la hora. Tuve suerte y el reloj lo distrajo del parque pero no de ir la semáforo. Así que tranquilamente nos fuímos dando el paseo habitual. Todo bien. Saltando cuando el semáforo pasaba de rojo a verde, jugando a tentar su exactitud girándose cuando creía que el semáforo cambiaba de color. Y así, con ese sosiego del atardecer de invierno nos dirigimos al puente.  




Desde arriba se puede seguir viendo el semáforo, así que mi pieza TEA se acercó a la barandilla para observar detenidamente el semáforo y... El reloj se le resbaló de la mano y cayó a la riera (seca por suerte). Cinco metros de caída. Y en ese momento se inició un llanto desesperado por querer recuperar el reloj. ¿Cómo? ni idea, porque para bajar a la riera tienes que saltar como de casi dos metros y volver a saltar un metro. Y sola ya me costaría porque, lo dicho, soy muy patosa y me dan miedo las alturas, pero con mi pieza TEA desesperado, llorando con esa pena, no lo conseguiría. Además, cuando intenté mover a mi pieza TEA del suelo e intentar caminar, se negó en redondo. Paralizado. Él solo quería su reloj. Estaba perdida. ¿qué opciones tenía? la cabeza pensando a mil por hora. Por suerte, la vida siempre deja caer ángeles de la guarda en sitios insospechados. Paseaban dos mujeres a sus perros por la riera y tuve la suerte que vieron lo sucedido y recogieron el,reloj. La primera intención fue que yo bajara a buscarlo a lo alto de la riera, pero mi pieza TEA seguía inmóvil, berreando, sin atender a razones. Y lo solté. Les dije a las mujeres que no podía mover a mi hijo, que tenía autismo y no podía hacer nada. El gesto siguiente es uno de aquellos que personalmente me emocionan y me recuerdan que sí, que las personas son buenas por naturaleza. Sin pensarlo dos veces, una de ellas trepó los dos metros y subió corriendo al puente para devolverle el reloj a mi pieza TEA. Y yo lloraba y no podía parar de decir gracias, de agradecer ese gesto tan humano. 




Y la primera reacción de mi pieza TEA cuando el reloj volvió a estar en su poder fue lanzarlo de nuevo a bajo. Tenía tal rabia que ni quería el reloj no quería parar de llorar. La mujer, se agachó y le habló bajito, cariñosamente y mi pieza TEA le soltó su educado "adéu". Le agradecí de nuevo a la mujer el gesto y un poco a la fuerza, cogí de la mano a mi pieza TEA y nos fuímos de allí. Yo con el corazón en un puño, pensando en cómo por una tontería se puede torcer una tarde que había sido plácida. Secándome las lágrimas que surgieron una vez hubo pasado todo y los nervios del momento aflojaron.

Fue un episodio más en nuestras vidas, de aquellos que me hacen pensar en que vale la pena dar visibilidad al autismo. A no tener miedo a explicar que un comportamiento extraño, no es debido a ser un mal criado, o a una madre que no sabe educar a su hijo, sino que detrás de ello hay un trastorno llamado autismo. Nunca he tenido que explicar qué es el autismo, pero sí he dicho muchas veces que mi hijo tiene autismo y muchas veces me he disculpado por las conductas poco aceptadas socialmente de mi pieza TEA, como entrar y salir de tiendas con puertas automáticas, o cuando pisa las toallas de otros con los pies llenos de arena o cuando le da por tirarse al suelo y negarse a seguir andando. Y me ha ido bien. La reacción de los demás es tan positiva, no hay compasión, si no una sonrisa y un tranquila no pasa nada.

Vendrán más episodios donde tendré que decirlo. Y sé que más de una vez no obtendré la misma respuesta que he recibido hasta ahora. Pero me consuela saber que cuando estas personaa vean a otro niño o niña hacer lo mismo, se lo pensarán dos veces antesde juzgar o reírse o criticar. Sé que habré normalizado un poco más ese monstruo llamado autismo.


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