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viernes, 15 de abril de 2016

PAJARRACOS

Nací en Barcelona. Es mi ciudad, la que, a pesar de la distancia, llevo siempre dentro. La que cada vez que vuelvo la disfruto como un turista más. Me la conozco y muy bien, pero el no verla cada día, el no pasear por el barrio Gótico de vez en cuando, el no pisar las Ramblas sólo que en ocasiones contadas o disfrutar del mar por el Port Vell o por el Puerto Olímpico, hace que cuando hay ocasión me la mire como si la pisara por primera vez. Y es que Barcelona es muy cambiante, cada vez más lejana de lo que era hace años. Es una ciudad preciosa, llena de rincones por descubrir, por ver, miles de edificios y espacios singulares que la hacen única a mis ojos (y quizás también para los que la disfrutan por primera vez). Sin embargo, mantiene su esencia en algunas "tradiciones". En Navidad se puede y se debe disfrutar de la fira de Santa Llúcia, en primavera, disfrutar de parques como el de la Ciutadella o el Parque Cervantes (este pobre es precioso, pero está mal ubicado) o el Parc Güell. También pasear por Montjuich y aprovechar las calurosas noches de verano para ver la fuente de colores, un espectáculo genial de música y luces de colores acompasadas. Y durante todo el año pasearse por las Ramblas, agudizar los ojos y observar cómo van pasando las estaciones del año con sólo mirar los árboles que dan sombra a toda la Rambla. Disfrutar de las paradas de floristas, llenas de color que inundan la parte fácilmente llamada Rambla de les Flors... 

Llegar hasta la estatua de Colón, girar y perderte por todo el barri del Born hasta arriba y finalizar por todo el recorrido Gótico... Todo esto no cambia. Todo esto es mi Ciudad. Pero también se puede degustar un buen chocolate calentito en la calle Petritxol o ir al parque de atracciones... Pero lo que nunca, nunca puede faltar si eres de Barcelona, es la foto en Plaça Catalunya, dando de comer a las cientos de palomas que allí engordan fácilmente. Es fácil ver disfrutar a un montón de niños persiguiendo a las palomas, obligándolas a levantar el vuelo o a correr desesperadas con sus dos patitas. O ver niños con tremendo miedo a esos seres voladores que se menean cual pavo en busca de más comida y cómo sus papis les animan a no tener miedo o les olbigan a dar de comer para conseguir esa foto, la foto de las palomas. Y yo la tengo.
Recuerdo perfectamente el día que fuimos. Era sábado, y mi papi fue el encargado de llevarnos a los cuatro primos a pasar la mañana de paseo. Yo era la única niña de los cuatro y la pequeña, así que tanto me mimaban (y miman) demasiado como se reían y  me hacían bromas algo pesadas. Compramos unas bolsitas de comida para las palomas y a darle de comer. Creo que me daban un poco de miedo porque la verdad es que siempre he sido miedosa y así creo que voy a seguir. Supongo que es por eso que la foto es casi que forzada, que no se diga que no tengo foto en Plaça Catalunya dando de comer a las palomas. Juzgad vosotros mismos si me gustaban o no las palomas.
Tengo más recuerdos sobre las palomas. En el cole. En el patio. Cada mañana, compartíamos el patio con valientes palomas que llegaban para picotear las migajas que caían del desayuno. Y yo me las miraba, y en mi imaginación me hice amiga de una paloma con muñones en las patas. La consideraba mi amiga y la esperaba cada día. Es lo único que recuerdo, que tenía las patitas mal, pero que a mi era la que más me gustaba. No sé si me pasaba toda la hora del recreo persiguiéndola o viéndola volar, o si iba a jugar con los demás niños. No tengo ni idea, sólo sé que cuando terminaba el patio y nos íbamos en fila india hacia la clase me despedía de ella mentalmente, mirándola, cómo iba en busca de comida, a su paso.
Y también están los recuerdos feos y los que me llevaron a odiarlas un poquito. Son los recuerdos de ir paseando y que desafortunadamente (y perdón por la expresión) se te cague una paloma en la ropa, o lo que es peor en la cabeza. Qué odio! O cuando paseando pasan sobre la cabeza cual kamikazes desbocados... Y si encima escuchas que son ratas con alas pues ya acabas por repelerlas en cuanto las ves. Así que a base de los años, de lo sucias que son y lo sucio que lo dejan todo, acabé por odiarlas. Hasta que mi pieza TEA reparó por primera vez en ellas. 

Fue en San Sebastián. Las primeras vacaciones de verdad que hicimos con mi pieza TEA. Tenia un añito y había empezado a andar solo hacía cosa de un mes. Fueron unas vacaciones muy tranquilas, las primeras en busca de parques para que mi enano disfrutara. Y en San Sebastián mi pieza TEA inició la locura persecutoria a las palomas. Corría como un loco detrás de ellas, con sus tropezones y caídas típicas de un bebé que empieza a andar. Detrás, superpapáTEA le perseguía. Y  se reía cuando levantaban el vuelo. Y a la que avistaba otra, hacia allá que iba. Y nosotros nos reíamos porque era un pequeño loco cruzando el parque de punta a punta detrás de las palomas. 

El caso es que después de aquel episodio, las palomas ya no fueron protagonistas en nuestras vidas hasta hace unos meses. Por una cuestión de observación, supongo, mi pieza TEA redescubrió esos seres que van por el cielo, pero que invaden el suelo paseando altivas por las calles. Y por una cuestión que no he logrado descubrir, Arnau les tenía miedo. A la que pásabamos cerca de una, agachaba la cabeza o se escondía entre mis piernas hasta perderlas de vista. Era un miedo extraño que yo no he entendido todavía, aunque acepto que pueda tenerles miedo, como otros niños tienen miedo a los perros o más de un adulto miedo atroz a las arañas o insectos varios. 

Sin embargo, en las últimas semanas este miedo se convirtió en un problema y grande para nosotros. En cuanto aparecía una paloma paseando cerca de mi pieza TEA, el paseo se convertía en un parón eterno hasta que la paloma alzaba el vuelo o nosotros cambiábamos el rumbo del camino. Arnau se paralizaba de tal modo que era imposible andar. Primero decidí dar rodeos, pero a veces se hacía imposible. Fueron unos días de nervios, de desesperación porque yo no encontraba solución... Y lo peor de todo es que hay palomas por todos lados. Así pasaron los días, hasta que tuvimos que ir a Barcelona a casa de unos amigos. 

Allí el colectivo de palomas se multiplica por mil o más, así que andar por las calles de la ciudad se hacía complicado, hasta que descubrimos que si las hacíamos volar, Arnau seguía andando. Incluso es más, disfrutaba y sonreía viendo como alzaban el vuelo. Arnau aprendió a espantar palomas aplaudiendo, pero el pobre no las daba muy fuertes así que raramente se iban, eso sí, siempre a distancia prudencial de unos dos o tres metros. La solución que encontramos en el paseo por la tarde con nuestros amigos fue que el otro niño las espantara y así  uno disfrutaba jugando con las palomas y el otro disfrutaba viéndolas volar. Aquel día terminó con mi pieza TEA cogiéndome de la mano para ir a la caza y captura de palomas que espantar. Y su amiguito arrastrando a su mami para seguir espantando palomas. 
La semisolución ha sido ir espantando palomas  a todas horas o esperar que alguien pase y las espante (no es raro oirme de decir casi a grito pelao: "tranquil que ara aquests senyors les espantaran" a ver si se dan por aludidos y me ayudan en la difícil tarea de espantar pajarracos).
Han sido unos días muy complicados. Horribles para mí. Sin embargo, superpapáTEA, que siempre está ahí, que actúa de forma casi imperceptible, es quien ha aportado la solución. Es quien ha trabajado a su manera, este obstáculo en la vida de mi pieza TEA. Ha convertido el miedo a las palomas en un juego compartido, en el que perseguir palomas es cosa de dos. HA tenido la paciencia de enseñarle a perseguir juntos las palomas y reirse cuando escapan. Ahora mi pieza TEA las busca, todavía a cierta distancia, pero ya no les teme y ya podemos volver a caminar sin hacer rodeos. 
Y yo, yo tengo que aprender mucho, por no decir muchísimo de la santa paciencia de superpapáTEA. Así seguiremos pa'lante, siempre pa'lante.












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