El 17 de enero de 2013 fue la última vez que trabajé. Por cosas del destino, por crisis económicas, por un niño al que atender, tuve que firmar sin rechistar y marchar del trabajo de mis sueños. Conteniendo las lágrimas, firmé. Me levanté de la silla, miré a la directora de la escuela y sólo fui capaz de decir: "Adéu, bon dia". Dejé el forro polar del cole allí tirado y subí corriendo a buscar a mi pieza TEA, a su clase de los bebés, a pesar de que siempre estaba en el aula de los niños de 2 años. Allí las maestras, se quedaron blancas y yo seguía sin llorar, abrazando a mi pieza TEA. Recogí sus cositas, salí, me despedí de la que fue mi compañera de fatigas y me largué sin mirar a la subdirectora, que hipócritamente no me avisó de lo que se avecinaba cuando me dijo que bajara al despacho de dirección.
Subí al coche, y allí, en mi refugio particular, cuando escribí a superpapá TEA lo ocurrido, estallé. Lloré y lloré, y grité como siempre hago, y aporreé el volante como cada vez que la rabia, la impotencia o la tristeza se presentan sin ser invitadas. Mi coche, la carretera, conducir y llorar. Diez minutos largos hasta llegar a casa y derrumbarme aún más. Y detrás, feliz como siempre, estaba ella, mi pieza TEA que por primera vez en su corta vida (no tenía ni un añito) se vería privada de esa diversión que era estar con otros niños, explorar un patio enorme, tocar arena del arenero, aprender a andar con sus maestras, escuchar y cantar canciones con otros niños, descubrir un mundo de juguetes que no podía evitar tocar. A veces pienso, aunque ya sé que no, que a partir de ese momento, Arnau dejó de ser Arnau para convertirse en pieza TEA, mi pieza TEA.
A día de hoy, sigo sintiendo rabia por ver rota mi plácida vida. Echo de menos estar con niños, mis niños, porque todos y cada uno de los niños que tuve durante esos siete años los traté como a mis hijos. Aprendí a ser maestra. Desde no saber por dónde cogerlos para que atendieran, para que disfrutaran, a querer innovar y hacer cosas diferentes a las fichas que estipulaban en el centro. Deseaba cambiar maneras de hacer, anticuadas a mi parecer. Anhelaba que las actividades que teníamos que realizar en la clase, las eligiera yo, buscando por la red, que las manualidades fueran más allá de pintar con pintura, enganchar papelitos de colores o utilizar ceras... pero ahí se quedó, en un deseo.

De momento, y mientras eso no sucede, voy a seguir disfrutando del verano, de la playa, del sol y de mi pieza TEA. Y cómo no, pa'lante, siempre pa'lante.
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