Me acuerdo de la primera vez que vi a mi hijo. Cómo parecía que me besaba con su boca hambrienta. Tenía hambre, tónica habitual desde aquel mismo día. Me acuerdo de su primer biberón. Cómo tragaba como si no hubiera mañana. Llevaba dos días sin comer, a pesar de intentar en vano que se agarrara a un pecho seco de leche.
Recuerdo aquella noche en el hospital que dormía sobre su padre y casi se cae el bebé. Estábamos tan agotados que nos dejamos llevar por un merecido sueño.
Y recuerdo aquella tarde en el Corteinglés. Su padre y yo. Yo todavía con los puntos de la cesárea y cómo tenía que parar si reía o me entraba tos porque los puntos me dolían.
Me acuerdo de esa alegría desmesurada de su padre y mía por aquel bebé que nos había cambiado la vida. Me acuerdo de cantarle siempre "Había una vez...", pero yo decía Arnauito y no circo. Me acuerdo de esas conversaciones de pedos matutinos entre padre e hijo, contestándose mútuamente a base de pedetes.
Pero no me acuerdo de muchas vivenciascon mi hijo, como si muchos días de los doce años que llevamos convividos no existieran. Miro fotos y no recuerdo esos días de bebé. No recuerdo cómo pasó de bebé a niño. Sólo me viene flashes, pero ya no me acuerdo.
Me acuerdo de la felicidad de su primer cumpleaños. De toda una familia feliz. Grande. Llena de niños y niñas. De tíos y tías. De abuelos y abuelas. Y me acuerdo de pensar que teníamos una gran familia.
Me acuerdo de esa foto familiar cuando mi suegro cumplió sesenta años. Yo embarazada, pero poco. Toda esa familia unida, feliz.
Me acuerdo de lo que le costaba dormir, de esas noches interminables cuando a media noche se despertaba y costaba Dios y ayuda que volviera a dormirse.
Me acuerdo de una foto de mi hijo bebé con mi mejor amiga y su hija. Una foto preciosa que se perdió para siempre.
Me acuerdo de cómo le di la noticia de mi embarazo a mi hermano. Una llamada pidiéndole que mirara el whatsapp. Ahí le esperaba el resultado de una prueba de embarazo. Me acuerdo de la alegría que sentía por saber que, por fin, sería madre. Y también me acuerdo de cómo dió la noticia el padre de la criatura: "La Mon está preñada". Lo dijo tan así que nadie le creyó.
Sin embargo no recuerdo momentos memorables de los tres. No me acuerdo de muchas cosas compartidas. Quizás porque hubo tan pocas en realidad...
Me acuerdo de las vacaciones con los delfines. Fue un primer verano genial y un segundo verano que, ahora, visto en la distancia, no fue tan idílico.
En realidad creo que no me quiero acordar de un pasado que empezó siendo bonito. Que se fue enrareciendo al cabo de los años. No quiero acordarme de un pasado reciente que duele ni de un pasado muy muy cercano que destruyó para siempre lo que creía que estaba construyendo sólidamente.
Gracias a las fotos revivo y me acuerdo de pequeñas cosas de la infancia de mi hijo. Y es triste porque seguro qeu hay anécdotas preciosas que contar y sólo puedo revivir algo en función de lo que me cuentan esa infinidad de fotos.
Suerte que hace casi diez años que escribo sobre mi hijo, mi pieza TEA. Sólo espero que él sí se acuerde de todas las cosas bonitas que, seguro, hemos vivido juntos. Que se acuerde de mí, de su madre, que no se paró a guardar en la memoria cada día compartido, cada gesto, cada risa, cada paseo juntos.
Porque la vida va tan rápido que no nos da tiempo a parar para degustar cada momento.
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