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martes, 6 de junio de 2017

QUE SE SIENTE CON LOS NIÑOS

Mayo, mes de comuniones. Momentos que se comparten gustosamente con familiares y amigos. Unas risas, un buen vino, conversaciones animadas, buena comida, todos bien guapos vestidos, todos contentos, todos felices.

Mayo, mes de comuniones. Este año nos notificaron dos. ¡Bien! reunión familiar. Toca buscar prenda para mi pieza TEA. ¿Pantalón largo o corto? ¿Camisa o polo? ¿Zapatos? Lo que está claro es que a una y otra comunión irá igual. Y mientras pienso en lo que le pondremos a mi pieza TEA, no me acuerdo de pensar en el banquete, ni en todo el día fuera de casa, ni el ratito de iglesia donde mi pieza TEA es incapaz de estar.


Con mi pieza TEA hemos asistido a varias comuniones. Todas han ido muy bien normalmente. La primera porque era muy bebé y estaba en el cochecito. La siguiente, todavía pequeñito, se sentaba a nuestro lado en una trona y jugaba con sus cubos o con algún cuento. Después de la comida ya era libre de correr por todo el salón. La última a la que fuimos, a pesar de que ya era más mayor decidimos que se sentara con nosotros, en una silla, con sus cosas. Fue bien también.

Pero esta vez quizás tocaba cambiar. Mi mente sabe que mi pieza TEA se va haciendo mayor, que toca ir dándole nuevas oportunidades. Que no puede estar eternamente bajo el manto de mami y papi. Debe crecer, mejor o peor que los demás, con mayor o menor sentido del saber comportarse, con mayor o menor acierto. Eso da igual, pero hay que probar, dejarle demostrar que se puede confiar en él. Que puede estar solo aunque haya una extrema vigilancia en la distancia. Y aunque sepa que eso debe ser así, un vuelco en el corazón cada vez que se piensa. Pero estas dos comuniones eran la ocasión perfecta para probar. Todos conocidos, todos saben la condición de mi pieza TEA, todos están para ayudar si hace falta, los niños saben que deben vigilarlo e informar si algo no va bien. Así que con ese miedo enfermizo obstruyendo mi pecho decidimos que mi pieza TEA debía sentarse en la mesa de los niños. Si iba bien, perfecto, prueba superada, que no había control alguno, se venía a nuestra mesa. 

Después de haber vivido las dos comuniones, de ver dos mesas con casi los mismos protagonista, de haber vivido dos comidas en lugares distintos y después de vivir lo que vivimos con mi pieza TEA, puedo decir que toca aplaudirle, decirle que dentro de sus historias lo hizo muy bien. Que se sentó a comer como los demás, que comió solo (aunque estamos en época cerdita y le da por comer con las manos), que se ensució lo justo, que se comió todo el plato. Y que cuando terminó, hizo como los demás, levantarse e ir a jugar a sus cosas, a sus intereses extraños, llámesele rampa que baja al párquing de coches en la primera de las comuniones, o simetrías de vigas y columnas en la segunda comunión. 

Es cierto que en el momento, la tensión y el malestar se reflejaba en mi cara, que no aceptaba que se levantara de la mesa y que no nos diera tregua para comer más pausadamente nuestro menú. Es cierto, que aunque superabuelosTEA ayudaron mucho al sentarlo con ellos un buen rato, en la primera comunión perdí mi fortaleza. Me superó y con creces la situación. SuperpapáTEA a medio comer con mi pieza TEA en busca de coches, yo sin disfrutar de nada pendiente de los dos, no poder estar, no poder conversar con los demás, querer participar en los regalos y al minuto darte cuenta que de nuevo mi pieza TEA se había escapado solo a ver los coches. Sentirte pequeño, fuera de lugar en un evento tan normal. Querer esconderte y largarte de un pequeño infierno que no te deja vivir. Fue un mal momento, me supo mal por mi hermano, pero no podía evitar llorar ante la impotencia de no controlar a nuestra pieza TEA. Hasta el punto de decidir marcharnos a casa. Pero como suele pasarnos siempre, la tarde dio un giro inesperado. La animadora infantil se llevó a los niños a una terraza cerrada a hacer juegos. Mi pieza TEA no fue porque estaba mirando coches. Pero cuando volvió y vio aquel lugar ocn un pequeño tobogán ahí se quedó todo lo que quedaba de día. Jugó con el tobogán, corrió de aquí para allá, participó de alguna manera en los juegos que planteó la animadora y lo que pareció que había sido un día desastre acabó siendo un día más de risas y logros de mi pieza TEA. 

La segunda comunión, creo que al haber vivido la anterior me la tomé con más calma, con más sentido común. Además, tuvieron el acierto de alquilar un local con piscina de bolas para acabar de pasar la tarde, que nos sirvió de ayuda cuando mi pieza TEA se cansó de estar en el restaurante después de comer y haber mirado mil veces las vigas de madera tan bien alineadas en el techo. y cuando se hartó de estar con el móvil de superabuela TEA y de estar con ellos. En esa comunión, un día más mi pieza TEA compartió mesa con otros niños. Estuvo cuando tocaba, se levantó unas cuantas miles de veces pero volvió a su sitio, comió una vez más con tenedor y con las manos. Pero ya no me sobrepasó. Y no lo hizo, porque me di cuenta que él como los demás niños, hizo lo que tocaba hacer: comer y levantarse. 



Sé que queda mucho camino por recorrer, que debemos seguir educándole y brindándole ocasiones para practicar y aprender las famosas reglas sociales que existen. Sé que habrá veces que la cosa no irá bien y que otras irá mejor. Sé que cuando valore la experiencia, debo mirar única y exclusivamente la parte positiva, lo que ha hecho bien, la que merece que lo bese y achuche hasta la extenuación y pensar, sólo pensar, la mejor manera de mejorar lo que no ha salido tan bien. Sé que centrarme solo en lo malo sin dar importancia a lo avanzado, no le hace ningún bien a ella, a mi pieza TEA.

Así que de estas experiencias vividas me quedo con que ya puede volar un poquito más sin la ayuda de sus papás sufridores. Pa'lante Arnau, siempre pa'lante. 







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