Nunca he sido fan del colecho. De hecho cuando mi pieza TEA era bebé pocas o ningua fueron las veces que compartimos cama junto con superpapáTEA. Quizás porque no le dí pecho y no era demasiado importante para mi tenerlo cerca. Tampoco he sido partidaria de dejar a mi pieza TEA durmiendo solita, tan pequeñita, en su habitación. Los primeros meses de vidad compartimos habitación. Mi hijo en su bonito moisés a los pies de la cama y nosotros en nuestra cama.
A veces pienso que he sido muy poco madre tomando distancias. Las "malas prácticas" aprendidas en mi trabajo en el cole no me permitían cogerlo a todas horas en brazos, no me dejaban consolarlo cuando pillaba un berrinche o incluso acompañarlo hasta que se dormía. A veces me arrepiento de no haber sido más madraza cuando era chiquitito, que podía manejarlo mejor. Podríamos haber dormido muchas veces los tres juntos pero mis convicciones no me lo permitían. Eso que me hicieron creer junto con mi experiencia personal de no saber dormir compartiendo cama cuando era pequeña me convencieron que no era importante dormir ni tenía ningún sentido el colecho. Así que tampoco lo echaba en falta.
Mi pieza TEA tenía ocho meses cuando pasó a dormir en su cuna. Se veía tan pequeño y tan indefenso en esa cama que me dolía en el alma abandonarlo a su suerte. Compramos los walkies para oírlo mejor. Y cada noche jugaba más de media hora a oscuras... y yo nunca fuí a ayudarlo a dormir. Se dormía solo y ahora pasado el tiempo me arrepiento porque eso no tiene ningún sentido y sé que me he perdido momentos. Nunca me puse a su lado, en su cama para que cogiera el sueño, porque mis enseñanzas me decían que no era lo correcto. Solo en las siestas y porque yo necesitaba un poco de calma, me sentaba a su lado y lo acunaba. Pero no funcionaba, la incapacidad de relajarse, el movimiento incontrolado, el estado de alerta permanente era brutal y tardaba casi una hora en dormirlo. Lo único que funcionó un poco fue la inmovilización suave con mis manos de sus pies y tronco.
Las noches tampoco han sido plácidas siempre. Durante mucho tiempo mi pieza TEA se ha despertado a media noche y nos ha costado más de un par de horas que volviera a dormirse. Cuando se despertaba, me iba a su habitación y me sentaba a su lado, pero funcionaba poco y yo me moría de frío y sueño. Opté por ponerme en la cama supletoria que tenemos en su habitación y ahí empez, muy incipiente, el cambio. Alguna vez, saltaba mi pieza TEA de su cama y se subía conmigo a la cama supletoria para quedarse definitivamente dormido.
Al poco tiempo, cuando se despertaba a media noche, probamos en nuestra cama. Lo cogía y me lo llevaba a nuestra cama. A veces funcionaba, a veces no. Yo odiaba dormir los tres porque no dormía nada, mi pieza TEA y sus movimientos y cantinelas no me lo permitían... así que a pesar de usar alguna vez el colecho, seguía sin entender la gracia de practicarla.
Sin embargo, la vida y mi pieza TEA me han regalado una nueva experiencia. De un día para otro, si mi pieza TEA se despertaba corría nuestra cama, se metía entre nosotros y se dormía casi casi en un plis plas. Nos hemos acostumbrado a que venga y se duerma cogido a mi o a su padre da igual. Nos respetamos el espacio tanto como podemos y si algún día no viene, casi que lo echo de menos.
Nos hemos acostumbrado a estar los tres en la cama cuando en fin de semana mi pieza TEA se despierta y no apetece levantarse aún. Pasamos casi una hora entera cogidos, a veces en silencio, a veces cantando o incluso repitiendo las palabra que mi pieza TEA va soltando.
Nos hemos acostumbrado a despertarnos los tres juntos. A odiar el despertador cuando estamos los tres calentitos en nuestra cama. Es una sensación bonita. De las que se tienen que vivir y sentir. Me gusta cuando noto la mano calentita de mi pieza TEA y es ella la que me coge a mi entre sus brazos. Y es que, como dice superpapáTEA, es el único momento en que podemos estar con mi pieza TEA sentados y relajados. Nunca hay media hora de sofá juntos mirando dibujos y mi pieza TEA quieta, no ha habido bebé que sentarse en la falda porque nunca ha querido, no ha habido siestas de sofá, no ha habido bebé que quisiera estar en brazos. Echamos en falta ese calor infantil que todo padre y madre viven...
La vida y mi pieza TEA nos han regalado vivir estas experiencias cuando casi no queda tiempo. De vez en cuando mi pieza TEA quiere sentarse en mi regazo. Y a pesar de ocupar mucho, le dejo. Si pide que lo aúpe, allá voy yo. Si pide un superabrazo ahí estoy, con los brazos más abiertos que nunca. Y si alguna noche, por iniciativa propia pide dormir en nuestra cama, aceptamos gustosos porque sabemos que no es siempre y porque no sabemos qué día decidirà que ya no le gusta dormir entre nosotros...
Dormir en familia, sin molestarnos, dándonos calor, cogidos de la mano.. saber que a pesar de todo, ahí estamos, los tres, unidos por hilos invisibles que nadie podrá romper.
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