La vida son guiños. Cada vez lo tengo más claro. Y como guiños que son, son fugaces, instantáneos. Se necesita estar atento para verlos y saber apreciarlos. Abierto a descubrirlos, como un tesoro que no debe ser olvidado, que debe ser explicado y valorado.
Es como un abrir y cerrar de ojos. Casi inconscientes. Pero están ahí, pasan cada día. Uno, dos, diez... quizás no nos damos cuenta pero en 24 horas pueden aparecer tantos guiños que es por ello que debemos sí o sí abrir bien los ojos y despejar todos nuestros sentidos para encontrarlos escondidos dentro de la selva del día a día.
Cada guiño es un soplo de aire fresco que nos empuja a dar un paso más, a hallar en nosotros mismos esa fuerza necesaria para seguir adelante... una sonrisa inesperada, una planta floreciendo, una nube blanca, blanquísima, o un atardecer rosado, casi morado. El olor de la cena preparándose, los sonidos cotidianos de cacharros que se mueven, cubiertos que se ponen en el lavavajillas, platos que se ponen en la mesa, agua que cae alegre de la botella al vaso... no son ruidos, es el sonido de la cotidianidad del día a día, de lo que es seguro, de lo que no debe fallar. Y ese sonido, ese conjunto de pequeños ruidos que se mueven en armonía, es un guiño que valorar.
Y este mes de setiembre, donde mi pieza TEA iniciaba una nueva etapa, era momento de estar atenta a todas estas pizcas de vida, de agradecerlas y saborearlas. El miedo a este nuevo inicio, lejos de todo lo ya conocido, duró lo que tardó mi pieza TEA en subir feliz al autobús que la llevaría a partir de ahora a nuevas aventuras. Decidida, se subió y se sentó donde le indicaron. Conoció a su nuevo amigo de viaje, que en dos minutos ya se sabía su nombre. En segundos vi alejarse ese autobús, tranquila, porque en redes me guiñaron el ojo y me tranquilizaron diciendo que iba supercontento (al parecer tengo espías sin contrato).
El siguiente guiño llegó a la vuelta del cole, cuando mi pieza TEA al verme bajada del autobús me animó a subir para seguir con esa excursión. Convencida que subiría y seguiríamos de ruta. Pero no era posible, así que se bajó y con esa eterna sonrisa suya y gritos de felicidad absoluta, nos encaminamos al coche. Y siguieron los guiños, porque me dijo lo que comió, sin inventar, sin mentir.
Y han ido pasando los días. Dos semanas ya de esta nueva aventura que va a durar varios años. Mi pieza TEA es feliz. Está a gusto en el cole nuevo. Hay días, que no he acabado yo de vestirme y aparece con la mochila colgada, sus pictos de carreteras en las manos y últimamente su tambor cantarín. Parece que tenga prisa por subirse al autobús, que necesite un poco huir de mí y de nuestra casa, buscar aires nuevos, y disfrutar de sus propios guiños.
Me siento en paz. También feliz, ¿por qué no? ¿Por qué hay motas de polvo que de vez en cuando salpican mis ojos? sí, pero por descontado una vez las quito, puedo ver, puedo sentir la vida. A través de mi, a través de mi pieza TEA, que sigue avanzando por su sendero, sin prisas, cantando y sonriendo.
A pesar de los pesares, a pesar de cierta nostalgia de esas mañanas dejándola en la puerta del cole, saludando a sus profes, escuchando anécdotas del día a día. Sé que mi pieza TEA ha encontrado un buen lugar, que estará cuidada y será querida, si no lo es ya. Que su esencia divertida y bonachona será el guiño que todas las personas que la están conociendo les haga sonreír cada mañana, cada tarde al salir.
Mientras, yo seguiré observando y descubriendo mis propios guiños, los que me hacen querer seguir pa'lante, los que me dan vida. Los guiños de mi vida.