Arnau es como los demás niños. Nació con todas sus
cajitas ordenadas para ser descubiertas con el paso de los días. Había la caja de
gatear, la caja de sonreír y dentro la de
la risa, la caja de andar, de correr, de saltar, de llorar, de patalear, de
cantar, de chillar y también una muy grande,
de múltiples colores, mezclados en una inusual armonía que solía llamar muchísimo la atención, era la caja de
hablar.
Como los otros niños, Arnau se esforzaba cada día en abrir cada
una de las cajas que ahí tenía. Cuando conseguía abrir una,
descubría un mundo nuevo a su alrededor. Los primeros días, sin embargo, sólo las miraba. La
de color marrón y pequeña, que era la de
llorar, consiguió abrirla con
tremenda facilidad. Le fue muy útil, porque
cuando lloraba, su mamá lo cogía en brazos y le cantaba. Muchas veces le daba un biberón de leche calentita que lo dejaba relajado y contento, otras, lo ponía sobre una cosa suave y mullidita y lo tapaba, era su cuna. Y allí, en la cuna, abrió la caja de
relajarse y dormir. Era de un tono malva, muy clarito. Al principio le costaba
mucho abrirla sólo, pero con
ayuda de mamá, papá o a veces de su
yaya conseguía abrirla y se apoderaba de él un sosiego que lo transportaba rápidamente a un
mundo llamado sueño. Al cabo de un
tiempo, consiguió abrirla solito.
Después, había las de color verde, verde manzana, verde pistacho, verde oscuro,
verde claro, verde lima… un montón de tonalidades verdes a cual más bonito. Eran
las cajas del movimiento. La de gatear, la de andar, la de correr, la de
saltar, la de mover los brazos y las manos… Estas eran tan
chulas, que Arnau se dio prisa en aprenderlas a abrir. Y lo consiguió. Y fue maravilloso, porque podía explorar, ver más cosas que las que se veían a simple
vista, podía ir en busca de sus papás si no estaban cerca de él en casa, podía jugar con el corre pasillos, subirse a los toboganes, saltar
escalones…. Era aventura. Su aventura.
La caja naranja. Esa, esa era mágica. Era la sonrisa y además contenía una amarilla dentro que era la de la risa. Esas le encantaban.
Muchos días las abrían él y su mamá y disfrutaban de
esa melodía tan bonita que tienen las risas
contagiosas. Ahora me río yo y sé que tú también lo harás, pensaba Arnau
mientras provocaba a su mamá con la mirada. Y
las cosquillas eran la llave maestra para abrir sin esfuerzo la caja naranja.
Sin embargo, la caja multicolor, aquella
tan grandota, la del hablar, esa se le resistía. Lo había probado solo, con mamá, con papá. No había manera. Alguna
vez había conseguido abrir una fina ranura por la que
salieron palabras como mamá, agua, no o
tambor. Pero la caja se cerraba de golpe y las palabras desaparecían dentro.
Así que ahí está el reto de Arnau. Hay niños a los que se les atragantan algunas cajas verdes, otros se centran
sólo en la caja marrón, otros sin embargo
no se separarían de la caja amarilla. Y muchos tienen a
la caja multicolor como favorita. Les permite jugar con sus papás, explicarles sus aventuras en el cole, sus dudas, sus miedos… Arnau también la quiere
abrir, y descubrir todo lo que hay dentro, porque él sabe que con esa caja se puede hablar. Pero quizás, su caja se abra de otro modo, quizás necesita una
llave especial. Él y sus papás lo prueban cada día, él y sus maestras insisten tranquilamente cada día y seguro, segurísimo vamos, que
sus compañeros del cole también le ayudan, porque Arnau, Arnau es como los demás niños.
Así, de este modo tan simple es como me gustaría que los niños que comparten aula con Arnau entendieran por qué no habla, por qué no participa con ellos en las asambleas, ni responde a las demandas de los demás. Así, de este modo tan sencillo, sin tener que añadir nada más. Porque son pequeños, porque ya tendrán tiempo de entender las cosas tal y como son, porque quizás de este modo, los demás nenes de la clase le ayudarán en su reto, se unirán a él en el camino rocoso por el que está andando mi pieza TEA. Son muy pequeños para entender más allá de lo que ven. Ellos saben que mi pieza TEA no dice nada, porque se lo dicen inocentemente a sus papás que con tremenda tranquilidad les dicen: "ya hablará, ya" y yo pienso sí, ¿por qué no? Sé que todos los que estamos a su alrededor, nos esforzamos día tras día para ayudarle a abrir su ansiada caja multicolor. Y lo conseguiremos.
He escrito este pequeño cuento para mí y para mi pieza TEA, también para quien lo quiera leer y compartir. Es para todos.