Ha pasado más de un mes desde que mi pieza TEA empezó su nueva aventura. Cole nuevo, lejos de los que siempre estuvieron a su lado. Alejado, ahora sí, de la vida normal de todo adolescente. En un colegio de Educación Especial. Tan diferente de todo lo que conocía, tan distinto de las rutinas que tenía. Nueva gente, nueva manera de hacer, nuevo lugar... Yo tenía miedo, miedo a que mi pieza TEA no entendiera este nuevo cambio en su vida. Sin embargo, ahí está. Feliz cada mañana para coger el autobús. Contento, con su mejor sonrisa puesta, se sube y ya sabe dónde debe sentarse, y que debe abrocharse el cinturón. Eso sí, sólo se sube si son las 8:28 o las 8:30, sino, hay que esperarse. Los papás que acompañan a sus hijos ya lo conocen y lo saben. Les hace muchísima gracia que sea tan exacto, ni un segundo más ni un segundo menos. A mí me desespera un poco, aunque en el fondo es algo tan suyo que es lo normal.
Después está ahí en su cole nuevo, con otros cuatro niños. Están en petit comité. Y eso sé que es bueno. Sé que hacen cosas muy distintas a lo que ahora hacen sus excompañeros, pero sé que es lo que a mi pieza TEA le conviene. Y por ello soy feliz. Porque él es feliz, porque ríe todo el día, porque habla un poquito más. Pequeños detalles que me ensanchan por dentro, que me hacen quererlo todavía más de lo que ya lo quiero.
Mi querida pieza TEA, que ya no es un niño. Que es grandullón y por la calle me coge como si fuera mi novio porque ya es más alto que yo. Mi querida pieza TEA que tanto bien me hace, que sin ella no habría muchas más razones para seguir andando, para no desistir en encontrar mi propio camino, que no hace mucho perdí. Quizás es que equivoqué la ruta, quizás tomé un desvío erróneo. No lo sé.
Mi pieza TEA, camina con paso firme y alegre por la vida, por su vida. Ha aceptado todos los cambios que ha habido estos últimos meses, sin perder su sonrisa, sin manifestar enfado. Quizás porque es ajeno a una realidad oscura de la que me gustaría no ser partícipe, a pesar de no ser responsable.
Es un nuevo inicio para los dos, ya lo dije. Mi pieza TEA me ha adelantado y ya ha salido del punto de partida, yo, mientras, voy un poco a remolque, a verlas venir, sabiendo qué quiero, teniendo un objetivo claro. Pero los pasos son lentos, muy lentos. Tan lentos que me agoto yo misma de intentar acelerarlos. Hay días que la imapciencia me puede y quisiera cerrar los ojos y volverlos a abrir viendo ante mí mi propio futuro, mi propia vida, creada por mí, para mi pieza TEA y para mí. Que el proceso hasta llegar al objetivo sólo lo tuviera que vivir de pasada, sin sus estragos, sin sus subidas ni sus desaceleraciones. O vivir el proceso como lo hace mi pieza TEA, viviendo según van pasando los días, disfrutando de esa flor que aparece de la nada, refrescarme durante un trecho sombrío, caminar con paso firme cuesta arriba, dejándome llevar por mis pies, sin pensar en posibles piedras en el camino.
Me da pereza nuestro futuro incierto, aun sabiendo que saldremos victoriosos, que lo lograremos. Y me da pereza porque quiero que el tiempo corra, cabalgue como un caballo desbocado, y no es así. El tiempo ahora va a paso de tortuga, como hubiera querido cuando mi pieza TEA era pequeño, que hubiera dado lo que fuera para detener el tiempo y degustar su niñez mucho más de lo que lo hice.
Así que tocará amoldarme a ese ir deambulando, mientras los días transcurren a veces ociosos, a veces activos. En la gandulería de los días que no quieren avanzar como lo hacían antes. Sin dejarme avasallar por las prisas de querer a toda costa lograr mi objetivo. Porque como decían por ahí, las prisas no son buenas. Paso a paso, como una hormiguita que sabe que sus pasos en realidad son pasos de gigante.
Hoy me siento feliz por mi pieza TEA. Por verlo tan decidido caminando pa'lante, pero también me siento un poco decepcionada por no acabar de creerme mi siempre alabado pa'lante, siempre pa'lante. Y sé que debo confiar, porque estoy convencido que todo pasa por algo y que ese algo, seguro, será bueno.