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martes, 15 de agosto de 2017

CAMINAR PASEANDO


Y los ves ahí, tan pequeños y tan grandes a la vez. Y miras a esos enanos de un año y medio, y te giras y ves a bebés de diez, once meses. Unos tan grandes y otros tan chiquines. Unos que andan y corren y otros que justo empiezan a descubrir que el movimiento les muestra este mundo tan infinito. Y sigues mirando y ves que unos ya han llegado al comer entero y los otros siguen con sus triturados.

Y tomas distancia y ves unos bebés que le encuentran interés a todo. Desde una pelota, pasando por unas flaneras metálicas y terminando por unos conos de plástico. Y observas atentamente, porque todos y cada uno de ellos es consciente de los otros. Los mayores, con su año y medio, se buscan entre ellos, empiezan a descubrir al otro, a entender que el juego compartido es mucho más divertido que jugar solo. Los pequeños aún ven al otro como un ser amenazante pero lo miran con curiosidad.

Y hay días que el más pequeño te regala cinco minutos de ese calor de bebé adormilado que se agazapa y se funde sobre ti. Y lo disfrutas, como disfrutas cuando aparecen las carcajadas nerviosas, cuando miras sus caritas y las ves ahí, tan felices, tan sin estrenar, tan inocentes, tan confiados en ti...

Y así, sin quererlo, miro hacia atrás, miro a mi pieza TEA bebé y recuerdo todo lo vivido siendo eso, un bebé feliz. Lo que solía hacer con él día tras día. Un torbellino lleno de juegos locos, un perseguirse a rastras por el pasillo de casa, unas sonrisas compartidas, unas esperanzas y sueños que ya no recuerdo...

Esos ratos estirados los dos en la cama de papis, jugando a encontrar una foto hermosa de mi niño. Esas canciones que siempre he cantado para él y que gracias a quien sea, es capaz de pedir y cantar.

Y esas comidas (un poco caóticas) en las que no supe enseñarle a comer solo o centrarse en la cuchara que yo le ofrecía. O esos biberones que cómodamente le costaron coger solo. Ese vaso de agua que no alcanzaba a coger solo.  

Un niño feliz, que no aprendía como los demás. Hay días que me cuestiono si lo hice bien cuando era bebé, si lo podría haber hecho mucho mejor, estar más por él, o quererlo más, o achucharlo más. Si la poca paciencia hubiera sido más. Me pregunto si todo sería diferente. Si hubiera aprendido más rápido, más como los demás... y pienso... Y lo veo claro. Y lo comprendo. 

Y me hago mía esa carrera de fondo que tantas veces he escuchado. Y vuelvo a pensar en el pasado. 

A mi pieza TEA le costó coger solito el vaso, pero lo consiguió. A mi pieza TEA le costó entender la función de una cuchara, pero resolvió el misterio. A mi pieza TEA le costó llegar al comer entero, mucho más de lo que esperaba, pero lo consiguió. Mi pieza TEA era un bebé feliz, que reía y sonreía pero no se dejaba achuchar. Sigue riendo y sonriendo, pero ahora es el quien achucha porque sabe que será achuchado. Mi pieza TEA solo se durmió una vez sobre mi pecho cuando era bebé, pero a día de hoy se abraza a mi y con todo lo grandote que es, se relaja sobre mi regazo.

Vamos a paso de tortuga. Caminando por la vida como paseando, como entreteniéndonos en el paisaje. He aprendido a no correr, a no querer llegar antes de lo que toca. Tan solo confiar, confiar y confiar.

Ya no quiero correr. Querer correr con mi pieza TEA ha sido muy frustrante. Pero he aprendido a ser paciente. A ver solo sus avances, sin comparar, sin ver lo que veo cada día en la clase de los bebés. Es eso lo que hace que pueda soportar esta carrera infinita que es el autismo. 

Así que seguiremos andando,abanderando el tópico real de "pasito a pasito"... Y así, disfrutando del paisaje del a vida, seguiremos pa'lante, siempre pa'lante. 









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