Una de las muchas cosas que nos arrebató el autismo fue la armonía familiar. No a mi, que vivía y vivo con mi pieza TEA pegada a mis faldas. Pero sí a superpapáTEA. Sin darnos cuenta, aquellos fines de semana donde un día se levantaba uno con mi pieza TEA y al otro se levantaba el otro, fueron desapareciendo. Sin darnos cuenta, me convertí en único y gran referente de mi pieza TEA. No ayudó el perder el trabajo. Veinticuatro horas al día compartidas con Arnau fueron el caldo de cultivo para que construir una barrera estúpida entre superpapá TEA y nuestro hijo. Desaparecieron aquellos ratos en los que superpapá TEA se llevaba a pasear un ratito a mi pieza TEA por la urbanización, se difuminaron los juegos de cosquillas entre ellos, se borraron abrazos únicos entre padre e hijo... No nos dimos cuenta que ese lazo entre ellos dos quería romperse. No por superpapáTEA que adora a su hijo, no porque voluntariamente mi pieza TEA no quisiera tener relación con su padre... Fue sin más, sin quererlo, no pudimos evitarlo.
Duele ver como una criatura de dos o tres años rechaza a su padre. Es duro comprobar que no podía desaparacer un momento sin antes escuchar los berreos de mi pieza TEA. Es doloroso mirar a superpapáTEA hacerse el fuerte cada vez que mi pieza TEA le hace un feo. Es extenuante tener un hijo tan dependiente de mi. Ser consciente que hacer planes y ser como las demás familias que dejan algún fin de semana a su hijo con los abuelos es tarea difícil, sobretodo esperar que no haya llantos, ni berrinches... Sin embargo, eso, todo eso, ya es pasado.
Lo he dicho muchas veces. SuperpapáTEA ha tenido y tiene una paciencia enorme con mi pieza TEA. A paso de hormiguita pero firme ha ido tejiendo de nuevo ese lazo que un día pareció romperse. Situaciones inevitables como que yo debía marchar para hacer exámenes, empezaron a crear momentos de padre e hijo. Sé que hubo rabietas, que la llorera insoportable de mi pieza TEA era digna de no querer saber nada más de ella. Esas reuniones de carnaval por la noche, yo marchándome a hurtadillas de casa, mi pieza TEA siendo despistada con la cena o con musiquita o esa media hora para ir de tiendas con superabuela
TEA, fueron el caldo de cultivo para ese nuevo camino, esa nueva historia de cariño incondicional entre padre e hijo.
Quien ha cedido para llevarlo en brazos un rato en pleno paseo ha sido siempre superpapáTEA (hablamos de un niño de cuatro o cinco años grandote). Quien le ha consolado con voz serena y paciencia ha sido superpapáTEA, quien le ha ayudado a salir de los muchos bucles en los que se mete mi pieza TEA ha sido superpapáTEA. Quien en todos los eventos familiares (llámese, bautizos, comuniones, cumpleaños a lo grande, bodas de oro, etc) ha sido vigilante incansable e inagotable de mi pieza TEA ha sido superpapáTEA. Quien ha ayudado a mi pieza TEA a superar miedos como las palomas o ruidos de casa, ha sido, cómo no, superpapáTEA. Él cuida que no le falte nada de sus comidas favoritas, él se esmera en que mi pieza TEA tenga su juguetes enteros. Los arregla si de golpe el sonido desaparece. Le hace cosquillas y "aplastació" en nuestra cama y juegan juntos, como dos niños.
He llorado mucho con los desprecios de mi pieza TEA hacia su padre, porque no se lo merecía, porque el dolor del autismo es menos cuando esa criatura responde con besos y abrazos y cuenta contigo. Porque sientes que el autismo no te ha arrebatado a tu hijo si notas su manita firmemente cogida a la tuya. Ha sido un camino largo. Hemos pasado de ir mi pieza TEA y yo de la mano y superpapáTEA como un añadido en los paseos a pasear los tres de la mano, mi pieza TEA sin soltar nuestras manos, porque vamos los tres de paseo. Incluso ya no importa si mamáTEA no está... las manos de padre e hijo se sujetan la una a la otra.
Me gusta contemplarlos desde fuera de la escena. Me gusta escuchar esas carcajadas sublimes de mi pieza TEA, cuando la guerra entre ellos se cocina en nuestra habitación. Me derrito cuando mi pieza TEA, al ver entrar por la puerta a su padre, lo abraza, lo coge de la mano y se lo lleva a la cama para jugar y jugar. Me emociona saber que ahora sí, mi pieza TEA confía ciegamente en superpapáTEA. Y sonrío, sonrío al ser consciente que la armonía familiar por fin ha vuelto a nuestro hogar.
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