Ayer volvía del médico conduciendo. Iba sola, como pocas veces ocurre puesto que suelo compartir mi momento de coche con mi pieza TEA. Como siempre, miraba la carretera, veía coches lentos y alguno que otro con prisas. Veía camiones estorbando mi ritmo al ponerse en el carril de la izquierda. El sol brillaba, como en las pelis, un día de primavera como dios manda, dejando atrás días de lluvia pesada. Yo con mi ritmo habitual sin acelerar más de lo debido pero tampoco queriendo ir tranquila. Porque no, porque reconozco que me gusta llevar el coche a lo ligero, con alegría. Correr. Pero no como una loca al volante, no eso tampoco. Y controlar mis acciones y anticipar las acciones de los demás. Y seguir... pa'lante, siempre pa'lante. Y mientras, mi mente divaga, recorriendo mil caminos desde un primer pensamiento a un último pensamiento que nada tiene que ver con el primero. Sin prestar atención a cómo he llegado ahí si estaba pensando en eso otro. Y me gusta, ir hacia atrás y descubrir el camino que ha recorrido mi pensamiento. Y comprobar que aunque parezca un tópico la mente es maravillosa.
Y ayer pensaba. Pensaba qué año diagnosticaron a mi pieza TEA, qué habíamos hecho desde entonces, qué había ocurrido bueno, qué cosas malas debía tener presente. Y me sorprendí. De hecho, dicho así en feo, me acojoné. Porque no hace ni uno ni dos años que vagamos por el camino del autismo. No. Hace ya tres años. Y mi pieza TEA era muy chiquitín. Era su primer año de guardería. Tres años. Tres años sin poder parar y tener un respiro. Tres años en el que del primero no recuerdo casi nada, porque tocaba sobrevivir. El segundo año fue un bálsamo porque era pequeño, porque ya todo estaba claro y tocaba tener esperanzas que avanzaría. El tercero tocó que aprendieran a conocerlo gente nueva y ahora que estamos andando por el cuarto... puf.
Y desde ese día indefinido de marzo lo único que hemos hecho es correr. Ver la vida pasar, dejarnos llevar por la corriente de la vida si pararnos observar, a sentir, a disfrutar bien de la vida. Correr cada día para llegar puntuales al cole, a la terapia tal, a la terapia cual, comer a lo rápido, para volver al cole. Y el tiempo pasa, tic tac tic tac.... no se detiene, no para. Todo es correr y tener la sensación que cada vez hay menos tiempo para que mi pieza TEA demuestre que es capaz, que puede, que sabe... Es una tontería porque yo sé que es capaz, sé que puede y sé que sabe, pero tiene que mostrarlo a los demás, a los que son escépticos, a los que dirigen el ritmo de los niños, de lo que se debe y no se debe saber a esta edad o esta. A lo autónomo que se debe ser a tal o cual edad. El tiempo va rápido y mi pieza TEA parece ir tranquilamente, sin prisas, jugando, disfrutando de las pequeñas cosas sin saber que el tiempo apremia.
Y seguía pensando. Antes recordaba fechas de todo lo que acontecía. El año qué fuimos a tal sitio en vacaciones, el año que se caso tal amiga, la noche increíble que pasamos con la familia en tal sitio... Todo ordenado en mi mente. Mi archivo lleno de anuarios desde que tengo uso de razón. Pero a partir de ese día indefinido de marzo, cuando sin empatía alguna nos dijeron "es autista", desde ese día, se me escapan las fechas, los momentos, los días, todo.
Y seguía pensando. Seguía conduciendo a mi ritmo. Llegó la salida y tocaba pisar freno para bajar velocidad. Y pensé. Pensé que ojalá la vida fuera como un coche. Que si quieres corres, que si quieres mirar el paisaje vas más lento, que puedes parar un momento y que si es necesario puedes pisar el freno y detener esas prisas.
A veces, muy pocas, necesitaría tener ese pedal en mi vida para coger aire. Para poder pensar con paciencia, para observar lo que hay y hacia donde quiero ir. A veces, muy pocas, siento que mi vida es eso, una carrera a lo loco, sin objetivos y sin ningún fin. A veces, muy pocas veces, me veo a mi misma como un mero espectador de la vida.
Pero señores, no hay freno para la vida. No hay tiempo para lamentaciones, no hay tiempo para parar. Y no lo hay porque mi pieza TEA es pura vida, es puro movimiento, es crecer, cada día. Él no para, la vida no para. La vida no para, yo no puedo parar. Todo corre y no podemos hacer nada para detenerlo.
Así que, aunque haya días que desearía frenar, no hay opción, seguiremos pa'lante. Y cuando desee parar, cogeré el coche, pondré la radio a todo volumen y echaré a correr. Porque es ahí, en ese lugar, donde la vida se relaja un poco. Es allí el único lugar donde por fin puedo pisar ese pedal.
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