martes, 30 de enero de 2018

EXPLOSIÓN

Como una olla a presión. Hierves por dentro. Chup chup, chup chup. No pasa nada, eres capaz de mantener dentro todo el vapor que puja por salir. Vamos a fuego lento, tirando, paso a paso, con días más buenos que otros, pero vamos. La sonrisa no se difumina en ningún momento, porque parece que todo fluye, a su manera, como todo lo que tenga que ver con autismo. Nos acostumbramos a esas idas y venidas, a la famosa montaña rusa. Aceptamos casi sin rechistar que haya noches de insomnio porque otros muchos días duerme del tirón. Se nos hace normal tener que esperar a que termine x canción, sólo porque a mi pieza TEA le gusta y porque no tenemos ganas de escuchar ese ruido horrible de berrinche desmesurado. Esperamos pacientemente ese minuto que va de las 23:59 a las 0:00 antes de salir a la calle o ir a dormir o ir a hacer pis o ir a comer... porque solo es un minuto. No pasa nada, es solo un minuto.

Y seguimos caminando, sin ser conscientes que somos una olla a presión andante, que de vez en cuando suelta un silbido pero que es acallado porque no es para tanto. Paseamos y no pasa nada si mi pieza TEA se para en todos y cada uno de los portales que van de un punto A a un punto B. Si hay prisa, buscamos estrategia rápida. 1, 2, 3 segundos por portal y si no a correr.


Llegamos a casa y ese chillido infernal porque algo no le cuadra en el despertador o en el reloj del decodificador. Intentamos ayudarle para acallar su rabia o pena o frustración y volver a ese silencio sin chillido... sin embargo, otro silbido se ha escapado mientras.

Y pasan los días, con la normal cotidianidad de las manías y rigideces. Te levantas, haces todos los desayunos, te duchas, te vistes, despiertas al enano apurando al máximo y en veinte minutos hay que vestirlo, lavarlo, lavabo y yogur. Corriendo al cole. Entrar con él al aula de acogida, perder preciosos minutos para no llegar tarde al trabajo, pero entre berrinche y bucle o llegar tarde, mejor lo segundo. Coche, aceleras y por fin llegas al trabajo. Pasa el día volando. Corres, no quieres llegar tarde a recoger al enano. Lo recoges y sales pitando para casa, merienda, lavabo y sin pensarlo mucho e intentando que no afloren bucles, sales pitando otra vez con el coche porque hay que llevarlo a terapia. Del coche a terapia, portales varios, puertas automáticas varias y meta. Lo dejas. Vas a hacer la compra. Lo recoges, vas a casa. Llegas, bañera justo entre anuncios del concurso que toca, mientras superpapáTEA prepara cena. Bañado. Si está la cena, genial, si hay que esperar cinco minutos la cosa se lía por la ansiedad del "a la voz de ya" de mi pieza TEA. Cenado. Cenas tú, pero te levantas mil veces porque hace de las suyas, deshacer cama, desnudarse, saltar por donde no debe... acabas de cenar y notas que la olla a presión tiembla. Pero sabes que si pones a dormir al terremoto, después todo vuelve a su cauce. Y lo llevas y entra en un bucle inesperado: hay que esperar 13 minutos hasta las 0:00. Te niegas en redondo, te pones firme y lo pones a dormir. Pero está enfadado. Llora y tardas una hora larga a calmarlo y dormirlo. Una vez conseguido llegas al sofá y te derrumbas. Son casi las doce de la noche. A las siete volvemos a empezar.

Hay veces que resulta fácil cocinar a fuego lento, vivir con un continuo chup chup que no se desborda. Pero hay otras, como está vez que la explosión ha sido inevitable. La olla ha silbado, ha vaciado todo su vapor de malestar y está esperando a ser renovada. Vuelvo a poner fuego lento y a escuchar ese chup chup armónico, y con paciencia, intento que mi pieza TEA olvide sus bucles de ahora. Porque al fin y al cabo esa es y será siempre mi cotidianidad.

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