viernes, 3 de agosto de 2018

VACACIONES INESPERADAS

El primer día de agosto era un día especial en mi casa. Todo era correr por toda la casa. Mis padres revisando paso de agua cerrado, nevera vacía, repasando maletas, preguntándonos a mi hermano y a mí si ya teníamos todo lo necesario para pasar todo el mes... Llenábamos nuestras mochilas con casettes o cd's, el walkman, juegos de mesa, las cartas, mis libretas y colores para pintar, de más pequeños una hartura de playmobils y por descontado nuestras gafas de buceo y nuestras aletas. Era agosto, era verano y nos disponíamos a marchar de la ciudad durante todo un largo mes. Mi padre, miraba el pasillo repleto de maletas, un radiocassette, una tele portátil y para rematar el perro y un hámster. Y suspiraba. Y se mantenía casi sereno ante el nervio puro de mi madre. Mi hermano y yo histéricos porque nos íbamos un mes a la costa. Una aventura, la misma aventura de cada año, pero cada año con cosas nuevas que contar a la vuelta. Y mi padre seguía suspirando hasta que con paso parsimonioso se iba a buscar el coche. Mientras, íbamos subiendo y bajando tres pisos con bolsas y maletas. Mi perro también se olía algo y se contagiaba de ese histerismo familiar. El hámster por su parte, para aliviar el estrés se ponía frenético a correr en la rueda de su jaula. 

El siguiente ritual era mirar embobados cómo superabueloTEA era capaz de meter tantísima cosa en ese maletero, cómo creaba su propio tetris para meter todo la locura de trastos que nos llevábamos. Eran otros tiempos, y por suerte parte de los asientos de atrás y de nuestras rodillas ejercían de maletero. Y al final el portazo de ya está... carretera y manta daba el pistoletazo de salida a unas merecidísimas vacaciones. Deseando volver a ver ese mar transparente de la Costa Brava, notar su agua fría y envolvernos en ese olor a mar y cremas solares.

Pero todo eso sucedía hace muchos años, cuando agosto era el mes fantasma en la ciudad, cuando todo se paraba, cuando nuestro barrio parecía abandonado porque todos huían para saborear un verano sin prisas. Ahora, suertudo aquel que dispone de todo un mes de vacaciones. 

SuperpapáTEA y yo, solíamos irnos una semana a cualquier parte, costa, montaña, nos daba igual. Pero siempre nos íbamos. cuando tuve que dejar de trabajar se acabaron esas escapadas y ya con el diagnóstico todo se fue al garete. Mientras no trabajé el chip de no gastar, de ahorrar, de pensar solo en el bienestar de mi pieza TEA fue el que imperó en nuestro hogar. Nos atrevimos a pasar cuatro días fuera alguna que otra vez, siempre con éxito porque nuestra pieza TEA era pequeña y manejable. Sin embargo al tercer día, su manita ya empezaba su baile sevillano. Ansiedad por estar lejos de su refugio, algún que otro berrinche... Así que hasta este año hemos estado convencidos de que mi pieza TEA es incapaz de aguantar mucho más de tres días fuera de casa, sin sus espacios de soledad, sin su largo pasillo por el que corretear, sin su wifi para ver su musiquita. Pero este año hemos descubierto que sí se puede, que podemos ir de vacaciones y vivirlo con tranquilidad y sin graves problemas.

Recuerdo el día que leí un mail donde desde la Fundación Aqualandia nos invitaban a hacer una semana de delfinoterapia. Hacía un año y poco que lo había solicitado y no esperaba que nos llamaran hasta al cabo de dos. Miré a superpapáTEA y no hubo mucho que decir, en media hora tenía apartamento reservado para toda una larga semana. La euforia del momento no me dio tregua para pensar mucho. No atiné a buscar unos apartamentos con piscina y ni se me ocurrió mirar si tenía wifi. Sólo sabía que al cabo de unos meses haríamos unas vacaciones que jamás nos hubiéramos planteado. Benidorm... delfines... calor... Pero quedaban todavía unos meses para los nervios. 

Una vez el chispazo inicial se hubo apagado. Mi mente empezó a trabajar. Anulé la reserva de los apartamentos para encontrar unos con piscina. En las fotos no parecían unos grandes apartamentos pero solo el hecho de la piscina y para mi alegría wifi en todo el complejo me hizo decidir a cambiar. Pero mi cabeza seguía pensando. Había solo una habitación y quizás mi pieza TEA hubiera necesitado su propio espacio para desaparecer cuando necesita relajarse, quizás nos agobiaríamos los tres en un espacio tan pequeño, quizás, quizás, quizás.... Todo dudas.  Todo nervios y poca positividad.



Intenté rebajar los días reservados pero no me dejaron así que estaríamos siete días  con sus siete noches lejos de casa. 

Y llegó el día y superpapá TEA tuvo que hacer tetris en el maletero con los paquetes que llevábamos. Y pasamos el fin de semana sin delfinoterapia conociendo el terreno. Mi pieza TEA feliz cuando descubrió que había una piscina en la que poder bucear y hacer probaturas varias. Observadora fuéramos dónde fuéramos, aguantando la marea humana que paseaba por Benidorm y aceptando gratamente sentarse a tomarse algo (con sus galletas y su tablet, claro).

Emotivo y emocionante ver a mi pieza TEA al lado los preciosos delfines, llorar de emoción al verlo buscar los delfines con la mirada e intentarlos tocar. Sonreír porque miraba a los ojos a sus terapeutas y que al final de la semana la confianza era grande. Cada mañana subir hasta el delfinario. Cada mañana ver como mi pieza TEA corría por el pasillo de las cotorras con los oídos tapados porque no soportaba ese graznido agudo. Cada mañana ponerle el neopreno y cada mañana ver que ansioso se desnudaba y nos ayudaba a ponérselo. Cada día fotos y vídeos de su encuentro único con esos brillantes seres. Cada día sonrisas cómplices entre superpapáTEA y yo. Una experiencia única, de las que valen la pena. De las que me hubiera gustado que mi pieza TEA fuera capaz de explicar con entusiasmo infantil, como lo haría cualquier niño. Pero no, sólo ha sido capaz de decir "dofins". Aunque sé que lo ha disfrutado porque sonríe cuando ve vídeos o fotos. 


La excusa de los delfines fue un motivo perfecto para pasar una prueba que nos costaba. Estas vacaciones no han sido fuera de serie por bañarse con delfines, no han sido extraordinarias por haber hecho algo al alcance de pocos y sin coste. Estas vacaciones han sido una prueba superada, un saber que podemos irnos lejos de casa y que mi pieza TEA se sienta feliz y tranquilo. Hemos disfrutado como enanos paseando los tres juntos por donde fuera, pidiéndonos ella misma sentarnos en alguna terraza, aguantar un buen rato ahí sentado. Aceptando hacer todo lo que nos proponíamos. 

Ahora sabemos que podemos repetir, que sólo hay que adaptarnos un poco a sus gustos y olvidarnos de los nuestros. Ahora ya sólo deseo empezar a preparar las siguientes vacaciones, encontrar un lugar donde mi pieza TEA pueda divertirse y nosotros poder degustar esa carita que todo lo dice, que todo lo cuenta. 



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