Mi pieza TEA nació en los meses de frío. Era febrero y sólo buscábamos la manera de que cuando el retoño llegara a casa estuviera calentito y bien arropado. Sus piececitos siempre tapados con sus peucos del Barça, regalo de R. Y si no sus trajecitos y sus pijamitas enteros que ya tenían sus propios pies de tela calentita. No necesitaba zapatos.
En los paseos invernales, mi pieza TEA iba en su cochecito embutido en un saco afelpado donde se mantenía a buen recaudo del frío. Así que en estas ocasiones tampoco necesitaba zapatos.
Llegó el buen tiempo y con él mi pieza TEA ya quería moverse más, jugar en su gimnasio, observar el mundo desde otra perspectiva que no fuera el moisés o su hamaquita. Y como no se movía no necesitaba zapatos.
Con el verano, vino el lujo de llevar los pies al viento, sin presiones de zapatos incómodos. Sólo para una ocasión especial, sus pies deslumbraban con esas minibambas azules que aun guardamos y que mientras me las miro pienso:"¿Dónde dejó esos pies tan pequeños?" Eran pequeños pero mulliditos y daban muchas ganas de morderlos y no parar... Así que salvo aquella ocasión especial, en verano no tampoco necesitó zapatos.
Pero llegó setiembre y con él, la entrada a la guardería y un frío lejano que aun tardaría unas semanas en llegar. Así que compramos unas bambas blancas, muy bonitas, muy prácticas para el cole. Y mi pieza TEA se las dejaba poner gustoso, aunque en su pie duraban 30 segundos.
Cuando íbamos de paseo solía "perder" siempre un zapato. Se lo quitaba. Según una carnicera, era porque le había empezado a poner zapatos demasiado tarde. Que antes de los seis meses los bebés ya deben llevar zapatos porque luego no los quiere... así que guardé consejo por si algún día llegaba el segundo bebé a nuestro hogar.
Así que sí, que al salir de casa siempre llevaba zapatos y en casa también empezaba a ir calzado aunque con sus pijamitas enteros costaba más que se las dejara puestas.
Y vino el autismo, y vinieron las rigideces y las manías, aparecieron algunos berrinches y muchos lloros por no entender las cosas. El autismo trajo con su primer año el no entender el cambio de zapatos de unos calentitos a las sandalias de verano. Mi pieza TEA, se negaba en redondo a ponerse algo que no había visto en su vida. Unos zapatos diferentes a lo que siempre llevaba. Así que los primeros intentos eran chillidos y lágrimas y esfuerzos inútiles por mi parte para que se los pusiera. La solución fue dejar los zapatos para dos minutos antes de salir de casa. A la que vio que sin zapatos no podía salir y que eran esas sandalias o se quedaba en casa, dejó de luchar contra los zapatos nuevos... eso sí, en cuanto llegaba a casa, los zapatos salían volados de sus pies para poder disfrutar de ir descalzo.
Y es que otro de los grandes problemas que tuvimos fue el hacerle entender que en la guardería, en el cole o en restaurantes los zapatos no se deben sacar. La lucha de maestras fue titánica, por la paciencia, por la constancia de ponerle una, cinco o mil veces los zapatos. A base de insistir, mi pieza TEA entendió que hay lugares donde no se puede ir descalzo.
Hasta ahora, la lucha con los zapatos se ceñía a eso a solo quitárselos en casa o en casa de familiares, siempre intentando que los calcetines se queden en el pie. Pero este año el frío ha traído una nueva rigidez con los zapatos. A principio de temporada le compramos unas deportivas con superabuela TEA. Le comenté que esas las guardaría para los fines de semana y que le compraría unas baratas para que las destrozara en el cole. Pues bien, no sabemos si es que mi pieza TEA me escuchó, pero las deportivas nuevas no las quiere para el cole. Sólo si vamos de paseo con superpapáTEA o es fin de semana y no va al cole. Los días de cole lleva unas de tela hechas polvo y solo quiere aquellas.
Cada mañana intento que se ponga las otras deportivas, y cada día las rechaza y se va a buscar sus bambas de ir al cole.
No sé cual es la solución. No sé qué estrategia usar para que lleve un calzado acorde al tiempo que hace. Podría ponérselas a la fuerza, pero eso sólo conseguiría un berrinche que de buena mañana rompería con su rutina armónica y nos haría llegar tarde al cole y al trabajo. ¿Soy blanda? Quizás sí o quizás no. Mi hijo ha tenido que pasar por mil adaptaciones en el cole estos primeros meses. Estoy convencida que ha sido muy duro para él, así que, aunque quiero ponerle zapatos dignos, no quiero ver muchas más lágrimas. Así que cada día, le mostraré los zapatos nuevos y se los intentaré poner. Si no quiere pues pondremos las viejas que me trae él con toda su sonrisa en los labios. No me apetecen batallas de este estilo porque ya batallamos suficiente con otras cosas más importantes. Además es su elección. Y eso es importante. Yo le doy a elegir y lo tiene claro: las nuevas son para arreglarse y las viejas son para el cole ¿Qué puedo contestar a eso? No lo sé. Que tiene razón. Que todos hacemos esas cosas. Que guardamos los zapatos chulos para ocasiones especiales y tiramos de lo más hecho polvo para el día a día. No hay más.
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