Hace tiempo que por mi mente corre la idea de esta entrada. Hace tiempo que sé que debo decirlo, pero algo que duele en el alma, algo que parte el corazón y que sé que a más de uno le hará llorar, es lo que me impedía decirlo en voz alta. Es un mal muchas veces compartido con otras mamás TEA. Una pena interior que cuesta olvidar, que cuesta echar fuera y olvidarlo, así sin más.
Todos soñamos una vida, la planificamos fantaseando cómo será nuestras vida, convencidos que irá como tiene que ir, porque tenemos una corazonada, porque lo sabemos, porque estamos seguros que justamente esa planificación es la que será. Somos adolescentes, pensamos poco en el futuro, pero a veces se nos pregunta y decimos con total seguridad cómo será nuestro futuro, qué queremos ser de mayores, qué vida queremos tener, si nos queremos casar, si tendremos hijos o no, si viajaremos por todo el mundo por esas ansias de conocer. Buscamos en nuestros sueños una realidad futura, convencidos que será un camino fácil. Observamos a nuestros adultos y vemos que ellos lo han conseguido, que todo es más o menos normal y que si ellos han podido y sin trabas, nosotros también haremos realidad un sueño. Lo malo es que nuestros adultos pocas veces cuentan sus cuestas arriba interminables, sus pozos llenos de rabia, tristeza, derrotas, sudores y lágrimas que costó llegar hasta ahí. Nadie nos cuenta que la vida no es caminar y conseguir, que hay piedras en el camino, algunas que se pueden chutar sin más para apartarlas y otras que requieren un sobreesfuerzo o alguien que te ayude a quitarlas de enmedio. Nadie nos cuenta que a veces para seguir hay que tirarse al vacío y que sea lo que dios quiera, nadie nos explica que te encontrarás en un cruce de caminos y que deberás elegir y que esa elección puede ser la correcta o no. Nadie dice, nadie cuenta que lo que un día soñamos y creímos que haríamos realidad, nunca sería verdad, nunca sería nuestro presente.
Y yo soñaba una vida también. Una vida familiar, lo normal, sin grandes victorias. Un trabajo que adorara, un acompañante para siempre y tres hijos. Sabía que serían dos niños y el pequeño una niña. Repetía encarecidamente que nunca me iría a un pueblo a vivir, porque no quería ser la comidilla de nadie, porque quería ser anónima en este mundo plagado de buitres carroñeros. Deseaba continuar lo que mis padres nos habían enseñado y viviamos con total normalidad. Soñaba con seguir con esa unión familiar que pocas veces he visto en otras familias. Parecía todo tan fácil! Tan simple. Pedía poco, soñaba bajito, sin grandes florituras. Era alcanzable, estaba convencida. Y andé. Y hubo piedras que quité sola pero hubo otras que requirieron mucha ayuda. Iba saliendo triunfante de todos los obstáculos. Pasito a pasito, unos días con prisas obsesivas y otras dejando fluir los acontecimientos.
La vida decidió que mi lugar en el futuro estaría en un pueblo y no en una ciudad, pero me dio mucho tiempo para adaptarme a pisar el pueblo y que la gente me saludara por la calle. Me costó cortar lazos diarios con mi Barcelona querida. Me costó aceptar un trabajo al lado de mi nueva casa a costa de hacer a diario 130 quilómetros de ida y otros tantos de vuelta sólo para pisar casda día Barcelona. La ayuda me la dio la casualidad, cuando se me presentó una entrevista en una escuela infantil a 10 quilómetros de casa. Sólo entonces, cuando se empezaba a hacer realidad mi sueño de ser maestra, empecé a cortar algunos lazos con mi ciudad. A partir de ahí, la vida siguió plácida para mi y para superpapáTEA. Normalidad absoluta, sin granes sueños, sin grandes ambiciones, sólo vivir y disfrutar de lo que nos gustaba.
Y llegó el momento de empezar a hacer realidad el sueño de tener hijos. Y llegó mi preciosa pieza TEA, que aun no tenía esa pesadilla como etiqueta. Y yo fantaseaba con su futuro hermanito o hermanita. Pensaba que debía dejar que mi hijo disfrutara solo de su condición de primer hijo, que no había mucha mucha prisa. El futuro estaba escrito, cuando mi hijo tuviera cerca de los tres años iríamos a por el cuarto miembro de la familia. Y yo sería tremendamente feliz.
Ilusa. El futuro estaba escrito, sí, pero con otras palabras. La oscuridad empezó ha hacerse presente cuando tuve que dejar el trabajo. Con una criatura de once meses que solo pedía divertirse, explorar y compartir momentos con otros bebés. Un obstáculo fácil de superar, pero no en tiempos de crisis. Decidí estudiar para maestra, ser maestra de manera oficial. El futuro me concedió el deseo y aquí estoy, siendo una maestra feliz y entusiasmada con su trabajo.
Y llegué finalmente a esa roca angosta, que no deja huecos para pasar al otro lado y seguir. Llegó el autismo. Llegó lo que muchos ya sabemos de sobra. Sueños rotos, luchas perdidas y alguna que otra pelea ganada. Y con ese monstruo ante nosotros, mi último deseo, lo único que faltaba para completar mi vida, se esfumó. Habló la razón, poniendo todas las cartas sobre la mesa. No hay dinero. No te aseguran que si vas a por otro bebé ese pequeño no repita la historia de su hermano. Tu hijo te necesita. Tu hijo requiere todo tu ser para poder ser. Para crecer en un entorno hostil de la mejor manera posible. Mi corazón en algún momento quiso replicar, decir que quizás todo iba bien, pero mi corazón también miraba a mi pieza TEA y sentía que lo traicionaba, que repartirnos entre dos era un poco dejar de lado. pero también empezaba a llorar por lo que no podría ser jamás.
Admiro a todas esas mamisTEA que decidieron arriesgarse. Las admiro por esa valentía que yo no me permito tener. Sé que tienen miedo pero que a la vez disfrutan, sé que observan a menudo pero prefieren vivir el momento presente. También siento envidia, es cierto. Pero me puede más el dar todo a la personita que me ha hecho ser quien soy. Prefiero disfrutarlo a él, solo a él, sin intrusos. Me gusta tener ese mundo de tres, nuestra burbuja, nuestro hogar, nuestra armonía familiar, una armonía que cambia muchos días sus tonos pero que al fin y al cabo es armonía.
La vida es sueño y los sueños, sueños son que decía aquél. Decir en voz alta lo que duele es duro, pero soltar lastre es liberador. Así que para los que me conocéis y me queréis, no se trata de consolarme sino de ver que es la mejor decisión que hemos podido tomar. Mi pieza TEA nos necesita al 100% para avanzar, para luchar, para crecer y seguir pa'lante.
Los sueños pueden hacerse realidad o desvanecerse, pero también cambiar. Mi sueño ahora es ver a mi pieza TEA hablar, reír siempre, compartir... y en definitiva vivir.
No sabré nunca el motivo de porqué nos tocó a nosotros este camino. Quizás no lo haya, quizás sí. Mientras lo descubro, seguiré los pasos de mi pieza TEA.
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