A veces observo a los demás niños, cómo actúan, cómo juegan, cómo hablan. Me gusta escuchar esas conversaciones de niños que acaban de aprender a hablar con su amigo. Admiro todas esas parrafadas que se meten unos a otros, la manera como a lo tonto a lo tonto, se entienden los unos con los otros.
Me gusta observar como cuidan los unos de los otros, cómo sin que nadie se lo pida, ayudan al que más lo necesita. Que no puede ponerse bien la mochila, otro le alarga el asa, que no puedes columpiarte solo, yo te ayudo. Ese altruismo genuino de los niños, me encanta, me emociona sobre manera y me hace sonreír. Porque son divertidos, porque están creciendo como personas, porque empiezan a vivir en este mundo, a veces de fantasía a veces demasiado cruel. Y hay días, que no puedo evitar quedármelos mirando, sin más. Y lo curioso es que no siento envidia. No me duele en el alma ver que mi pieza TEA es ajena a todo ese ajetreo social de los compañeros de su clase. Podría romper a llorar cuando veo como los niños de su clase juegan a perseguirse mientras mi pieza TEA se divierte corriendo de muro a muro de la escuela. Podría odiar ver esa felicidad sin límites de todos los niños que rodean a mi pieza TEA, pero no. Y no porque mi hijo va feliz y sonriente al cole, se mira a sus compañeros, los reconoce como tales y cuando corre de un lado a otro es feliz. Sonríe, se ríe, sin importar que en algún momento va a chocar con alguien. He aprendido a valorar eso antes que ninguna otra cosa. Esa sonrisa que contagia a quien se lo mira, esos ojos nobles que te llenan de cariño. Ese cuerpo de oso amoroso que sé que a más de uno le gustaría estrujar, con ese patosismo que le caracteriza fuera de casa. Ese miedo a ir haciendo equilibrio por el bordillo, o a saltar desde lo alto de un banco.
Pero también he aprendido a aprovechar las ocasiones. A estar ojo avizor, cuando algún nene o alguna nena se dirigen a él. Porque creo que por ahí se empieza, llevando a cualquier niño que sienta curiosidad por mi pieza TEA a su diversión, a su peculiar manera de reír y divertirse. Estoy convencida que es el primer paso, es imprescindible atraer a los demás al terreno de nuestras piezas TEA, para que más adelante, cuando ya estén acostumbrados a compartir juegos, se pueda hacer al revés, llevar a nuestras piezas TEA al terreno de lo común.
Y es que podría contar las muchas veces que sus primos se han puesto a su nivel, o algún compañero del cole le ha seguido sus pasos. Cuando esto ocurre, cuando alguno de estos niños se convierte en la sombra de mi pieza TEA, veo esa sonrisa pícara. No le molesta, al contrario, le gusta y no le importa compartir su espacio. Con sus dos primos ha compartido cama para ver vídeos, mar en el que nadar, suelo de la terraza desde el que observar los coches pasar, carreras interminables que agotaban a sus primos mientras mi pieza TEA seguía incansable. Y me gusta. No pido más. Ver tres cabecitas juntas, tranquilas, es lo que me da paz y ganas de seguir pensando en el pasito a pasito sin pedir mucho más.
Todos lo han visto crecer, para ellos es lo normal, no hay problema. Es cierto que a veces se cansan de seguirle el juego, pero no importa. Al menos han compartido un ratillo con él.
Otro de sus primos, con el que se lleva dos años, está loco por jugar con él, con que mi pieza TEA sea su compañero de juegos. Y desde pequeño entendió que la mejor manera de hacerlo era, hacer lo mismo que él. Este año, para fin de año, quise relajarme y no estar tan pendiente de mi pieza TEA. Así que decidí ponerme una venda en los ojos y pasar por alto cualquier desastre que ocurriera en su habitación, entre otras cosas, deshacer camas o poner el colchón inclinado fuera de la cama como si fuera un tobogán. Su primo decidió irse con él, cerrados allí en la habitación, y según me contaron su primer era feliz. Se lo estaba pasando bomba abrazado a mi pieza TEA y tirándose encima del colchón. Estaban cómodos el uno con el otro. Uno aceptaba la compañía del otros y el otro estaba encantado de hacerle compañía.
Y este mismo niño, fue el protagonista de una de las anécdotas con las que más me reído en cuanto a conversaciones infantiles se refiere. Fuimos a comer a casa de los abuelos, donde hay una piscina comunitaria. Mi pieza TEA, un loco de las piscinas, se la miraba, como deseando salir y tirarse al agua. Su primo se le acercó y le dijo:"no tienes bañador Arnau, además hace frío, no puedes bañarte". Mi pieza TEA se lo miraba, le estaba escuchando y sonreía. Se quedaron el uno junto al otro mirando ensimismados la piscina. Y de golpe escuché: "ya sé lo que estás pensando Arnau, lo mismo que yo. Tenemos que ir a buscar la llave de la piscina". Y de nuevo mi pieza TEA se lo miró y sonrió. Porque entre ellos se entienden. Lo sé. Porque su primo alucina con las cosas guays que monta mi pieza TEA, aunque no estén bien, aunque la abuela no quiera.
Son todas estas pequeñas cosas, estas insignificantes cosas, las que dan vida a nuestra vida. Son aquellas palabras de los demás niños diciendo Hola Arnau, Adéu Arnau, o aquellos abrazos sorpresa, los que dan sentido al camino que estamos trazando.
No sé si algún día mi pieza TEA será capaz de socializar como dicen por ahí, si tomará la iniciativa de ir a jugar con otros niños. No sé nada. Pero por ahora me da igual. Lo que cuenta, lo más importante de todo es que los demás niños no le molestan. Que no pasa nada si se le acercan o le persiguen jugando a sus juegos. Eso, a mi modo de ver, es el primer paso para adentrarse en nuestro mundo, en el mundo que nos ha tocado vivir a todos y en el que es primordial vivir en sociedad. Mi pieza TEA no vive aislada en su mundo. No es indiferente al mundo que le rodea. No. Él está, él ve, él observa, él, a su manera, interactúa y juega con los demás. Y eso es avanzar, son esos pasitos que, de gigante o no, según quien se lo mire, hacen que la todo siga pa'lante. Así que sí, seguiré insitiendo, pa'lante, siempre pa'lante.
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