Empieza la cuenta atrás de las fiestas navideñas. Hemos cambiado de año, con esperanzas renovadas, con sentimientos encontrados por ser conscientes de que el tiempo pasa se quiera o no. Que no hay nada que permanece ni se queda igual, sino que fluye y cambia pero no sabemos si para bien o para mal. En el momento de las campanadas agradecemos el seguir aquí, con los de siempre, con los que queremos estar. Brindamos y damos besos efusivos porque un año más podemos celebrar el paso del tiempo con una sonrisa de felicidad. Sin embargo, en algún momento de la noche o del día siguiente cogemos distancia, tomamos consciencia de eso, de que el tiempo pasa y que con él vendrán cambios.
Yo miro a mi pieza TEA. Y no quiero echar la vista atrás. Ni quiero mirar hacia delante. Sé que va creciendo y va caminando hacia su futuro. Un futuro totalmente incierto, donde los interrogantes me asaltan unos detrás de otro. Sé que sus pasitos a veces son inseguros y volátiles pero que muchos son firmes y permanecen en el tiempo. Lo observo jugar. Y muero de amor y también de cierta tristeza. De amor porque él ríe, salta, disfruta y es auténtico, como es él, pero también de tristeza al ver que sus juegos avanzan poco. Le siguen gustando sus juguetes llenos de sonido, luces y colores, los disfruta como si fuera la primera vez que los prueba aunque haga años que rondan por casa. Sin embargo me puede el muero de amor. Me gusta verlo sacarle partido a su camión correpasillos, me chifla cuando antes de salir de casa se coge su Doraemon de peluche. Tan grandote él y juguetes tan de "pequeños". ¿Y qué?
Las vacaciones de Navidad suelen ser un poco caóticas por la falta de rutinas y horarios. Por las idas y venidas, por la saturación de personas en una sola casa. Pero también son otras cosas para mi. Tener vacaciones quiere decir reencontrarme con mi pieza TEA. Tener 24 horas para los dos. Quiere decir volverlo a disfrutar pero también volverlo a sufrir.
Este año, sé que va sobrepasado porque han aparecido unos chillidos agobiantes cuando algo no le gusta o no le apetece o se aburre o se enfada o lo que sea. De esos sonidos que no se pueden soportar demasiado tiempo. Un sonido que nos crispa que en según que momentos nos acelera la ansiedad y que si no nos controláramos dejaríamos salir un rugido de mala leche hacia mi pieza TEA.
Pero también han sido momentos de revivir otros momentos, otro pasado, cuando mi pieza y yo salíamos a pasear para llenar las horas muertas y no quedarnos encerrados en casa. Salir con el sol arriba, bien arriba y cogidos de la mano andar sin prisas, sin horario para llegar a... Su sonrisa la primera mañana que fuimos a dar una vuelta, cómo me cogía todo orgulloso de la mano, sus saltos alegres mientras iba de portal en portal mirando al interior.
Volver a escuchar ese "cambia" a cada canción que no le interesa hasta dar con la canción, su canción. Y es que "I was born to love you" es una de mis canciones favoritas. De esas que cantas con entusiasmo, de las que se deja subir el volumen. Y cuando mi pieza TEA nació, tomó su sentido sólo para él ("nací para amarte"). Esa canción era y es mi pieza TEA. CAda vez que la canto me emociono, es la banda sonora de los típicos vídeos de fotos de mi pieza TEA. Es mi mundo, mi alegría, mi emoción, mi pena, mi manera de vivir, lo es todo, porque toda mi vida gira en torno a ella. Por eso el día que empezó a buscar esa canción y sólo esa mi corazón creció diez veces. Y el día que entonó un "ooo u oviu" mi corazón creció un poco más y mi sonrisa hizo lo mismo.
Esta mañana, hemos salido de nuevo. Hemos dado un paseo y después hemos recorrido en coche el paseo. Y mi pieza TEA con su habitual y a veces pesado cambia. Todas las canciones, una detrás de otra eran desechadas por los sus finos oídos. Algunas corrían un poco de suerte porque le gusta canturrear el inicio. Y por fin, después de aquellas veinte canciones se oye como un rayo. Y nada más. No más cambia. Y cuando he visto la canción he subido el volumen. He mirado por el retrovisor y he visto esa cara redonda cantando a grito pelao. Y me he unido a él. Y ha sido brutal. Porque ha sido la primera vez de verdad que Freddy, Arnau y yo hemos entonado al unísono esta canción. La canción que es mi pieza TEA. Sin fallar entradas, sin fallar silencios, entonando como el mejor tenor y la mejor soprano. Y ahí ya mi corazón se ha hecho tan grande que ha explotado a carcajada limpia, feliz.
Y es que regalos como este no se pueden quedar en el olvido, no se deben guardar solo para mí. Eso es vivir el presente, disfrutar del momento, sin fisuras, sin oscuridades que quieren acecharnos sin más. Eso es compartir. Un deseo cumplido. No solo querer escucharle cantar, sino cantar juntos, viviendo, sonriendo. No hay más. Sólo eso, y solo por eso, todo vale la pena.
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